Con el gesto fruncido acarició mi cara, me fijé que sus tacones no hacían juego con el empedrado de la calle y suspiré, suspiré temiendo aquello que sabía que saldría de su boca y acerté, acerté cada una de las palabras que formaban la frase que escuché con gesto temeroso ante su mirada firme...

Y desapareció, desapareció en el mismo instante en el que creí tenerla rodeada con mis brazos.

Y no sentí nada, no crujió el suelo, ni se me trago el mundo caníbal que nos rodeaba en ese instante, simplemente no sentí nada.

Con las manos en los bolsillos me encaminé en silencio hacia la puerta de aquel bar que había justo a unos metros de aquella calle empedrada con solo una cosa en la cabeza…

No me gustaría llevar puestos esos tacones en una calle así.