CUANDO DANIEL DECIDIÓ SALIR DEL ARMARIO
Daniel ya no podía más con ese cargo de conciencia, tenía que contar su secreto a su familia. Al final, se decidió y los reunió a todos en el salón. Se puso serio y les comunicó lo siguiente.
—Padre, madre y hermanos hay algo que quiero deciros y no sé cómo empezar.
El padre, iracundo ante tal sorpresa, manifestó:
—¡¡No me digas más!! Ya sabía yo que esto tenía que pasar —dirigiéndose a su esposa dijo.
—¡¡Si ya lo decía!! Sin novia, ni amiga conocida, a este se le ve el plumero.
—No es normal que un chico de su edad ande siempre con hombres. Qué vergüenza. ¡¡Dios mío… qué vergüenza!! —aulló su padre al borde de un infarto. La madre, desesperada, sin saber cómo reaccionar, hizo lo que buenamente se le enseñó: desmayarse.
Sus hermanos, burlones, se partían de risa a la vez que decían al unísono:
—Dani es un marica, Dani es un marica.
El mismo Daniel, asqueado ante tanta idiotez que estaba inundando sus oídos, con voz estridente, dijo:
—Pero ¿qué estáis diciendo? Si yo sólo… quería deciros que, al venir de una fiesta con mis amigos con un par de copas más de la cuenta, no vi a un peatón y lo atropellé con mi coche. Tuve tanto pánico que no supe responder, dándome a la fuga.
—Pero hijo eso se avisa, condenado, que menudo susto nos has dado —dijo el padre ya más tranquilo.
—Nada, Daniel, esto lo soluciono yo llamando a un colega que me debe un favor, no te preocupes, olvídate de todo. Nadie es perfecto.
La madre, al oír aquellas palabras tan tranquilizadoras, como de un bálsamo milagroso se tratara, volvió en sí…
FIN.
J.M. Martínez Pedrós.
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