La imposición de límites tiene una utilidad cierta. Y no se agota en el sencillo ejercicio de saber dónde se encuentran para (dirán los más conservadores) no rebasarlos . A veces, es útil conocer ése límite por diversas razones. Algunas de ellas, es para no rebasarlos. Otras, en cambio, se basan en el hecho de superarlos y observar las consecuencias. Entonces determinamos la realidad -y gravedad- de ése límite. Y podemos restringirlo o ampliarlo, a juicio del infractor y medir, e incluso calibrar, la gravedad de las consecuencias. Por si fuera poco, algunas ocasiones ofrecen la posibilidad de evidenciar que tales reglas eran innecesarias. Y esto no tiene que ver solamente con la carencia de consecuencias efectivas, sino también con la utilidad de las imposiciones (aunque ésta es una cuestión más bien subjetiva). De modo que una vez practicado el ejercicio de la violación de la norma, podemos hacernos eco de la necesidad, tanto individual como colectiva, de la restricción. Es como la idea de paz social, pero se trata más bien de una paz "regla-individuo" y otra paz "regla-sociedad". Asunto aparte será el compromiso de conciencia que sufrirá el individuo que lo comete (si sufre alguno, claro)

quién diría que la mismísima infracción es una caja de sorpresas que nos permiten la exploración una -mucho más- amplia gama de posibilidades. Incluso permite hacernos más conscientes de otras nuevas opciones, tanto positivas como negativas. Se parece mucho a ese adagio que dice "La verdad mis amigos,.....no hay ningún amigo!", pero con límites, sin importar de la materia que se trate.

El Coronel