El avión hizo su entrada al aeropuerto de Juanjui descendiendo suavemente, como un pájaro frágil. Mediodía, y el sol arremetía contra todos obligándonos a buscar refugio en las tiendas o las casas vacías.
El abuelo clavó su bastón deteniéndose bruscamente antes de entrar a las instalaciones del aeropuerto. Golpeó el suelo repetidas veces intentando llamar nuestra atención. Luego se acercó y nos tocó la barbilla a cada uno, como intentando aprenderse de memoria cada parte de nuestro rostro. Caminó junto a nosotros, acercándonos a la baranda que dividía las oficinas del aeropuerto con la pista de aterrizaje. No quiso entrar en broma porque no le vimos sonreír cuando mi hermano menor le jaló de la barbilla. Nos llamó de hijitos a pesar que no era su costumbre. Cuando mi madre se dio cuenta que se ponía algo triste, le gritó, no estés poniendo esa cara, papá, que vas a entristecer a los niños; ya te dije que vamos a regresar el próximo año.
¡Mentira! Él sabía que no volveríamos a vernos. Quiso decir algunas cosas, pero la abuela le mandó callar, casi resondrándolo. Puso los ojos más tristes que recuerde. Nos rogó que saludáramos a su huinsha, como llamaba a tía Odi, y que le dijéramos que no se olvidara de su padre, aunque sea con un saludo. Mamá, al momento de despedirse, le dio un beso en la mejilla y le dijo que hiciera el favor de no llorar. “Apenas lleguemos te vamos a enviar una encomienda”. Nosotros también le cubrimos el rostro de besos. Se dejó acariciar el pelo blanco, la barbilla algodonada y le murmuramos que cuando regresemos nos volviera a entretener con los avioncitos y las canoas que solía regalarnos los días de lluvia. Trató de sonreír. Cuando llamaron, “pasajeros al avión”, el abuelo se aferró a nosotros. Recién, sin hacer caso a la abuela que volvía a resondrarle, arrancó a llorar, soltó sus lágrimas que las tenía contenidas desde que salimos de la casa. Mi hermano menor trató de secar algunas, pero él agarrando sus manos los llenó de besos.
“Te dije que no te pusieras así, por eso no quise que vinieras a despedirte de tus nietos”, gritó la abuela. Mi madre nos jaló bruscamente hacia el avión mientras veíamos al abuelo buscar apoyo en su bastón.
Antes que el avión levantara vuelo le vimos secarse los ojos con la única mano sana que le quedaba… con ella nos dijo adiós. |