PENSAMIENTOS
( Sugonal )
Aún no asoma el sol.
La arena está fría. No hay nubes en el cielo. De cuando en cuando llegan a la orilla de la playa pequeñas olas que rompen el silencio de las seis de la mañana.
El aire está en calma, nada se mueve. Sobre rocas cercanas un grupo de gaviotas se prepara para salir a buscar su alimento cotidiano.
Sobre la arena mojada y dura, a unos 40 metros de mi carpa, observo a una gaviota entretenida en un juego que he presenciado en otras playas y que no deja de maravillarme : se eleva quince, veinte metros, en su pico lleva una almeja que deja caer a la arena y baja. Vuelve a cogerla y elevarse. Repite la operación hasta que la almeja se abre. Come con apuro pues sabe que otras gaviotas ruidosas vendrán a disputarle su presa sin haber hecho esfuerzo alguno. Me pregunto qué parte de su minúsculo cerebro le dice que tiene que golpear al bivalvo para que se abra y comerlo, ya que difícilmente podrá abrirlo sólo a picotazos.
Lleno un tetera con agua dulce que mantengo en un bidón, enciendo un anafe a parafina y espero que hierva el agua para el primer café del día.
Miro la carpa. Está mojada con el rocío que dejó una noche despejada, llena de estrellas y de silencio, ocasionalmente roto por los ladridos apagados de algún perro. Gotas de agua resbalan por sus costados y los cordeles que la afirman en la arena.
Comienzo a preparar lienzas, anzuelos y carnada para procurarme el almuerzo y la cena de hoy. A pesar que hay días que no pican y debo conformarme con las almejas que abundan en esta playa, no me quejo ya que otros días tengo premio en uno y a veces hasta en dos anzuelos.
Para el fuego no faltan palos, cochayuyo y algas secas. Cuando escasean me voy al pueblo distante cuatro kilómetros donde consigo envases de cartón, cajones rotos de madera, carbón para cocinar y parafina para la lámpara con que me alumbro cada noche para leer y escribir.
Y, por supuesto, el amigable compañero que es el vino tinto, no me importa mucho que sea Sauvignon, Merlot o Carmenere, igual me calienta los huesos y anima mis sesos cuando después que se pone el sol, la arena entrega al aire casi todo el calor que recibió del sol durante el día.
He observado que cerca de las diez de la mañana, cuando amanece despejado, el viento sopla fuerte. También se desde donde viene y hacia donde irá.
El ciclo no se interrumpe. Es eterno. Es la Naturaleza que aplica sus leyes al escuchar el llamado que le hace la cordillera, a la cual con el correr de las horas del día y el calentamiento del sol, se le fue el aire que estaba en contacto con ella a niveles más altos que sus cumbres, dejando un enorme vacío que la Naturaleza, que aborrece el vacío, se apresurará a llenar ordenándole al aire que está sobre el mar que se ponga en movimiento y se vaya a la cordillera a llenar ese vacío, y así cumplir con una de sus leyes básicas.
Es así, fue así cuando por ésta y muchas otras playas transitaban hace siglos los "changos" en su lucha por la existencia, y seguirá siendo así. El hombre no podrá cambiarlo. Tendría que modificar las leyes de la Naturaleza.
El conocimiento científico, basado en siglos de observación, me permite recrear este cuadro.
Recuerdo lo escrito en la Biblia sobre la vida de ese Hombre, hace más de dos mil años, a bordo de una barca junto a sus seguidores que pescaban en el mar de Galilea y que estaba a punto de naufragar en medio de un temporal de viento y lluvia desatado.
Le bastó extender sus manos hacia el agua y el viento cesó de soplar. Las olas disminuyeron y el temporal terminó.
Cómo entenderlo. Confieso que es mi falta de fe lo que me impide comprender y aceptar este milagro. Sin embargo, respeto a aquellos que dentro de su religiosidad son dueños de una sólida fe, y lo aceptan como una demostración más del poder ilimitado de aquel Hombre.
07/08/2007 C: 305742
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