En el convento de clausura de Haworth, donde reposan siniestros féretros de abadesas, hermanas mercedarias y novelistas, fue el primer lugar donde se cumplió, la profecía delirante del predestinado arúspice Etrusco.
Ya el tejado de gres se empezaba a malograr y las gotas de lluvia pertinaz, grácilmente trepidaban por todo el lugar. La placa erigida en el centenario del nacimiento de las hermanas Brönte, Charlotte, Emily y Anne, parecía ser la única pieza que resistía incólume el paso del tiempo.
Y fue así como en la dulce noche de la campiña de Yorkshire, un espíritu nefasto de cinturón dorado y runas inscritas, impelió un hálito de vida sobre las imágenes de arcángeles, frescos de querubines y tallas de demonios.
Fueron advertidos, -No adoréis ídolos- , les ordenaron en sus libros sagrados.
Pero sus artistas conspicuos con las cortes depravadas, desoyeron esta admonición. Así que en medio de esta noche en calma, un ejército invencible de esculturas de bronce y yeso que tomaron vida propia, han iniciado el juicio final, golpeando puerta por puerta y yo estoy aterrado pues el crucifijo sobre la cabecera de mi cama, recién empieza a parpadear.
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