EL PISO DEL SALON
El salón era espacioso y bien ventilado. Así como toda la casa, tenía también un techo muy alto. En la pared que estaba frente al ventanal había situada una gran chimenea, la que solo se podía ver encendida los días de invierno.
Los muebles antiguos y los retratos familiares colgados en las paredes, le daban a la casona un aire aún más colonial. Pero a Alonso lo que más le gustaba, del salón, era el piso. Éste era de madera firme, la que a pesar de los años, se encontraba en perfectas condiciones.
El pequeño pasaba tardes enteras acostado en la alfombra, fascinado contemplando un pequeño agujero en uno de los listones del piso, en el cual no cabía más que su dedo índice. Algunas veces acercaba un ojo, e intentaba ver lo que había más allá del suelo. Otras, ponía su pequeña oreja sobre el orificio, esperando escuchar ‘algo’, pero la levantada rápidamente, cuando fuertes golpes se iban acercando hasta atemorizarlo, los que generalmente resultaban ser los pasos de su madre, o su padre que volvía del trabajo.
Pero siempre, antes de ser llamado a cenar, en un gran acto de valentía, introducía su dedito en el agujero y esperaba quieto, muy quieto, temeroso de ser tragado por aquella abertura o acariciado por la mano de algún mounstro escondido. Y así se quedaba hasta que su madre lo llamaba a cenar para luego irse a dormir.
Cuando estaba ya en su dormitorio, arropado y con el beso de buenas noches de sus padres, ponía el dedito espía en la almohada y lo interrogaba sobre lo visto en aquel submundo. Aunque el dedo nunca decía cosas claras y se confundía al tratar de explicar todo lo que alcanzaba a divisar, Alonso se dormía con la seguridad de haber descubierto un nuevo ser bajo el piso...
Pero un día todo resultó diferente. Poco antes de ser llamado a cenar, mientras esperaba con el dedito en el agujero, sintió algo muy suave y leve que le acariciaba el dedo... Rápidamente se apartó del lugar y corrió a la cocina donde se encontraba su madre. El corazón le latía fuerte y los ojitos le brillaban de susto.
A la mañana siguiente, luego de soñar mucho, Alonso se levantó con una decisión tomada; jamás volvería a acercarse a ese agujero; es más, tomaría la cera con la que su madre limpiaba el piso y taparía por completo la guarida de aquel mounstro, así, el peligro pasaría. Pero de pronto recordó algo muy importante... el suelo la casa tenía varios agujeros más, y el mounstro podría salir por la pieza de la abuela, la cocina o la biblioteca donde a veces permanecía su padre. Fue por eso que sentándose en un sillón de los más apartados del orificio, comenzó a planear la manera de deshacerse de aquel ser. Su dedo mantenía silencio, estaba nervioso, ya que sabía que él era el único que podría enfrentarse al temible mounstro.
- ¿Estás dispuesto a enfrentarte a él? –pregunto luego Alonso a se dedo. Éste asintió resignado.
La verdad, no podía negarse. Estaba con el niño desde que ambos nacieron, de esto ya hacían cinco años. Ellos eran grandes amigo, pues Alonso era quien lo cuidaba, lavaba y perfumaba con jabón. Incluso una vez en que el dedo quedo atrapado en la puerta del dormitorio fue Alonso quien lo ayudó, e incluso lloró junto al dedo su sufrimiento. Por eso no se podía negar; ambos enfrentarían al mounstro.
Cuando llegó la noche y todos parecían dormidos, Alonso y su dedo se levantaron sigilosamente. Caminaron a oscuras hasta el salón y encendieron la lámpara que estaba más cerca del agujero... Ambos tenían miedo, pero Alonso intentaba ocultar su susto para que el dedo, quien realizaría la hazaña, se sintiera tranquilo.
Y la captura comenzó. Alfonso introdujo lentamente el dedito en la guarida y se quedó esperando con el corazón agitado y los ojos bien cerrados.
Pasaron unos minutos, pero no sucedía nada... Alonso creía que el dedo también estaba durmiendo, e intentó dejar para el otro día sus planes, pero el dedo se negó, él presintió la presencia del mounstro.
Estaban en eso cuando ambos, tanto dedo como niño sintieron que algo muy suavemente se acercaba, quisieron huir, pero el dedo había quedado atrapado y Alonso no podía arrancar sin él, por eso tironeaba y tironeaba tratando de salvarlo de las garras de aquel ser. De pronto el dedo gritó
- ¡Lo veo! ¡Lo veo!
Alonso comenzó a llorar de miedo. Su dedo estaba atrapado y el mounstro se acercaba. De pronto ambos sintieron ‘algo’, algo que les acariciaba. El dedo creyó morir devorado y Alonso temía que el mounstro saliera de su escondite. Pero, de forma repentina, el dedo fue liberado, y alonso con él a cuestas se levanto rápido del suelo para huir al dormitorio de sus padres, pero quedó boquiabierto al ver que el mounstro se había asomado por en agujero.
Con un florero en la mano, dispuesto a acabar con él, y los ojitos húmedos mirando fijamente al sujeto, alonso se acercó, pero empezó lentamente a cambiar de actitud. El mounstro yacía en el borde de la abertura mitad adentro, mitad afuera. El pequeño mirándolo bien ya no le tenía tanto susto, y ya casi no lo encontraba tan peligroso. Por eso, en un acto casi involuntario, Alonso se acercó y con cierto recelo, le ayudo a salir.
Cuando pudo mirarlo por completo, se dio cuenta que el mounstro era ‘casi’ idéntico a una gran pelusilla color gris; de esas que salían cuando hacían aseo bajo su cama. Pero esta vez se trataba de un mounstro... Todos guardaban silencio, hasta que el mounstro con voz polvorienta se presento
- ...Mi... mi nombre es... Pelusa...
En ese momento, por aquélla fina voz, Alonso y su dedo se dieron cuenta que era un mounstro indefenso, y que sentía casi tanto miedo como ellos. Por eso aquella el mounstro acompañó al pequeño a su dormitorio y durmió en el velador, el cual de aquel momento se convirtió en su nuevo hogar. Esa noche, conversaron largo rato, finalmente el mounstro era muy indefenso, era de esos seres que se ocultaba de los pasos de las personas y que le tenía mucho miedo a la cera de piso... Tanto fue lo que se contaron, que incluso en más de una oportunidad Alonso se emocionó al escuchar la triste vida que llevaba el mounstro allí abajo y lo mucho que se asustaba cuando el dedo se metía amenazador es espiarlo.
Desde aquella noche, ambos grandes amigos. El mounstro vivió en el velador, y Alonso con su dedo dejaron de observar el agujero del salón.
Pero un día en que Alonso y su dedo jugaban en el jardín, y la madre hacía aseo a los dormitorios, el mousntro Pelusa desapareció. Alonso no encontró rastro de él. Lo buscaron por toda la casa, pero no habían ni huellas de él. En su velador no había más que un fragante olor a limpiamuebles y su lámpara de soldadito.
Desde aquel día Alonso y su dedo ya no sólo buscaban en el agujero del salón, sino también en el que estaba bajo la cama de la abuela, el de la cocina, el de la entrada, etc. Sabían que el mousntro se había sentido triste y se escondido por no querer llevarlo aquella mañana a jugar al jardín.
Lorena P. Díaz M
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