Si la vida desandara la misma dirección que estos pasos que doy, si los sueños soñados se hicieran realidad, si las alas que no tengo nacieran y creciendo se elevaran al infinito, si el cielo y la tierra fueran del mismo color y tú de mi misma talla, creo que no podrías salir impune de mis garras.


Si al pensar en las noches tibias, allí, en el desierto de tu boca que no besa ni evoca, y en la fría tentación de tu cuerpo que no late, tu sangre seria cristal carmesí helado. Nada queda de tus besos, nada de tu hombría, nada del corcel que galopaba millas para llegar más de prisa a la cita con su amada. ¿Dónde está ese joven robusto, gentil que se pasaba las noches rondando mis días? Quiero saber por qué estás en la cueva donde habita el cerdo más grasiento del valle del mosquito.




MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI