3.
Guillermo sonrió por un instante, pero enseguida se puso serio. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle.
- Mira amor, tengo que comentarte algo importante; Espero que seas razonable y lo entiendas…
-¿Se ha enterado Nerea de lo nuestro? – preguntó asustada.
- No…no…tranquila, eso no ha pasado, pero tiene que ver con ella.
- Bueno, pues cuéntame…-y sorbió pausadamente un traguito de su bebida.
- Veras amor… – comenzó dubitativo Guillermo – No sé si he hecho una tontería, aunque te digo que igual ya no tiene remedio.
- Ok. Te escucho, pero dame un cigarrillo.
Guillermo sacó uno de su cajetilla y encendiéndolo se lo pasó.
- Cariño, - continuó - … sabes que hace unos días me marche a Colombia por trabajo. Allí, después de las reuniones, en un bar conocí a unos tipejos realmente de mala catadura. No me preguntes ni cómo ni por qué, pero poco a poco la conversación y las copas nos llevaron a hablar de ciertos temas en los que esas gentes son especialistas. Sicarios los llaman allí. El caso es que se me ocurrió proponerles un asunto que al realizarlo solucionaría todos nuestros problemas y podríamos comenzar una nueva vida, los dos juntos.
Uno de ellos, un tal Mikel, se mostró francamente interesado y predispuesto, de modo que quedamos en concretar un plan para solucionar el tema de Nerea…
Dana miraba a Guillermo sin inmutarse, cosa que le sorprendió extraordinariamente. Realmente él no esperaba una reacción tan fría de aquella mujer tan temperamental y menos tratándose de un asunto tan delicado. De nuevo se sintió un poco mareado y de repente, el humo del cigarrillo parecía envolverlo todo, como si hubiera cobrado vida propia.
- Y bueno…-dijo Guillermo perplejo - … ¿No me preguntas nada? ¿No quieres saber que hablamos Mikel y yo?...
Dana seguía mirando fijamente a Guillermo, pero esta vez en su mirada no había brillo. Parecía enturbiada por el humo extraordinariamente denso de aquel maldito cigarrillo.
Dana dio una lenta y larga calada y expeliendo el humo, pausadamente dijo:
- “¿Y quién es Nerea?...”
¡Guillermo se quedó atónito, sin saber que decir!
Pero su sorpresa apenas duró unos instantes, para dar paso a otra mayor:
De pronto Guillermo observó como Dana parecía estar hecha entera de ese humo denso; Su pelo, sus manos, sus ojos y boca… ¡Todo su cuerpo no era más que humo que se desvanecía etéreamente delante de sus propios ojos hasta desaparecer por completo!
De pronto él también se sentía ligero como el humo que la había absorbido a ella, pero en vez de desaparecer se sintió transportado, como flotando, en dirección a la calle. A la puerta de aquel hotel.
Espantado, se vio a sí mismo en el suelo, desangrándose por una tremenda herida en la cabeza, notando claramente como la vida se le escapaba por segundos.
Entonces comprendió que nunca llegó a entrar al hotel, que nunca habló con Dana, que todo había sido una alucinación de moribundo ocasionada por el tiro que aquel tipo desalmado de chaqueta marrón le había descerrajado en la nuca, frente a la puerta del hotel.
Con el último atisbo de vida, en el último segundo, alzó los ojos y vio a Dana, rodeada entre una multitud de personas tras la cristalera de la puerta del hotel. Tenía las manos en el rostro y lloraba.
Él la miró por última vez mientras toda su vida pasó por delante de sus ojos, como en una película rápida, reviviendo cada uno de los instantes que vivió con ella. Recordó cuando se conocieron, cuando hablaron por primera vez, cuando hicieron el amor en aquel hotel de Mónaco. Todo transcurría una y otra vez en su mente – en lo que quedaba de ella – hasta que sencillamente, con una última sonrisa todo se le quedó a oscuras.
Guillermo nunca llegó a oír el testimonio que hicieron a la policía unos chavales que habían sido testigos de lo sucedido en la calle:
“El hombre de la chaqueta marrón saco una pistola y le disparó por detrás a la cabeza de ese señor y luego corrió hacia allí, saltando y esquivando coches, agente, como en las películas…”
(...Continúa.)
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