2.
Guillermo apenas tardó 25 minutos en llegar al centro de la ciudad con su potente Audi. Cuando después de dar varias vueltas buscando aparcamiento se planteaba seriamente la posibilidad de estacionar su vehículo en el parking del hotel, de pronto, halló un espacio suficiente a menos de dos calles de su destino. Se sintió afortunado.
No era fácil aparcar un coche grande como el suyo en pleno centro, aún a pesar de aquellas horas de la noche. Cerró el auto, se puso su elegante abrigo y se dispuso a caminar los apenas 100 metros que le separaban del Hotel Royal.
Se sentía impaciente y al mismo tiempo nervioso; Pero no precisamente por su cita con Dana, ya que habían sido habituales durante los últimos 8 meses.
Lo que le ocurría en realidad es que no tenía muy claro cómo iba digerir Dana la gravedad de lo que tenía que contarle. Por otro lado, estaba tan seguro de ella como de él mismo y conociéndola adivinaba que primeramente se escandalizaría, pero tras unos minutos de meditación entendería que así era el único modo plausible de solventar aquel asunto.
Estaba convencido de que Nerea sospechaba algo de su infidelidad, ya que en varias ocasiones la había sorprendido husmeando en su ordenador, en su móvil, en su cartera o en los bolsillos de los trajes.
Aunque él, como hombre prudente que era, nunca había cometido un error o indiscreción que le delatara, se sentía bastante inquieto.
Si Nerea llegaba a descubrir que le era infiel automáticamente le demandaría el divorcio y eso le costaría su fortuna y el nivel de vida que ahora mismo se permitía. Además, sabía que desde una posición inferior a la que ahora ostentaba nunca podría complacer a una mujer tan especial como Dana. Sus requerimientos económicos, los regalos, el apartamento que le mantenía y todos aquellos hoteles lujosos donde solían citarse desaparecerían como el humo de un cigarrillo en un bar de póker.
No. La opción del divorcio no era factible y por eso había tomado aquella determinación tan drástica y radical, que en el fondo le asustaba considerablemente.
Por otra parte, el pensamiento de compartir el resto de su vida – y de su fortuna innegablemente – con Dana le complacía con desmesura. Recordó, mientras caminaba, la primera vez que la vio en aquella fiesta en el hotel de Mónaco y como se quedó hipnotizado de sus ojos gatunos. Su rostro, sus curvas, su porte y apariencia hacían que desde el interior una voz le gritara estrepitosamente que ese era precisamente el tipo de mujer que le correspondía por derecho.
Y aunque Nerea era una mujer hermosa – y rica por demás – nunca adquiriría la clase de Dana, ni en mil años que estudiara a propósito para eso. Por no mencionar los celos desmesurados que le demostraba asiduamente y que él no soportaba. Pensó que quizás si no hubiera mostrado ese comportamiento tan celosamente exagerado las cosas podrían haber sido de otro modo y él no se hubiera sentido casi obligado a serle infiel, por despecho y por hastío.
Pero inmediatamente se percató que aquello era tan solo una excusa, porque del modo que fuera, en cuanto hubiera conocido a Dana se habría enamorado perdidamente de ella, como así había ocurrido.
Interrumpió su pensamiento por un momento al escuchar unos pasos a la carrera que provenían por su espalda y enseguida vio a un individuo pertrechado con una chaqueta marrón y una capucha de sudadera que, a unos pocos metros, se le acercaba rápidamente por en medio de la acera.
No le gustó su aspecto desaliñado pero se sintió aliviado porque en ese instante llegaba al portal de entrada del lujoso hotel.
Justo cuando posaba su mano en la barandilla de la amplia puerta de cristal sintió un potente golpe en la cabeza que le dejó aturdido por algunos segundos y cuando giró la cabeza, vio al corredor como se alejaba cruzando la calle, zambulléndose peligrosamente entre el tráfico y desapareciendo de su vista velozmente.
Se frotó con la mano donde pensaba que había recibido el golpe de aquel tipo, sin dilucidar muy bien sus intenciones, y se sorprendió de que no le doliera en absoluto. Quizás no había sido tan fuerte como le pareció en principio. En todo caso, se encontraba perfectamente y supuso que aquel tipejo se había tropezado con él sin apercibirse, ya que ni siquiera se detuvo un momento a disculparse.
Lo importante es que se encontraba a escasos metros de su amada y ahora debía pensar bien en como plantearle la cuestión que tanto le alteraba. En el fondo, albergaba cierto temor a que Dana rechazara su propuesta y sobre todo ahora, que ya estaba todo en marcha y era prácticamente inevitable.
Subió las escaleras del hall dirigiéndose hacia la cafetería donde había quedado con la preciosa mujer y sentía las piernas como en una nube. Le pareció muy curiosa esa sensación y distraídamente, casi sin darse cuenta de cómo había llegado, ya estaba justo enfrente de Dana que, sentada elegantemente en un taburete de piel y de espaldas a él, se apoyaba en la barra sosteniendo con delicadeza un Martini.
Por un momento se sintió indispuesto, como mareado, y supuso que los nervios lo estaban traicionando. Tenía que hablar con ella inmediatamente y resolver sus dudas con prontitud.
- Hola Dana -dijo ensayando una sonrisa – Estas preciosa incluso de espaldas.
- Hola Guillermo – dijo ella mirándole – Gracias, ya me sentía muy sola. Te echaba de menos y ya me estaba aburriendo. He tenido que espantar algunos moscones. Si hubieras tardado más, me habría marchado con el primer pretendiente guapo que me lo hubiese propuesto.
- Jaja, no lo creo. No es tu estilo.
-Pues claro que no tonto – dijo entornando sus ojos felinos-…mi estilo eres tú.
Guillermo sintió un regustillo en la boca del estómago. Se sentía feliz y orgulloso de ser capaz de acaparar a una mujer como aquella.
(...Continúa.)
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