Mis mares, unas veces inmensos, otras estanques, me invitan a recorrerlos o se convierten en carceleros. Unas veces desde la orilla, otras mar adentro, soy espectadora del poder de mis olas que todo traen, todo se llevan, con cautivante y a la vez angustiante ritmo implacable.
Pierdo y tomo aire revolcada en su inmenso torbellino, mientras veo como contra las piedras se hacen trizas mis más férreas convicciones, como castigo por tenerlas. Es tan abrumador, siento tan profundo miedo, que como mecanismo de defensa siempre me desmayo.
Salvo la última vez, cuando justo antes de ser atrapada nuevamente por mis olas, allí en el balcón, ahogada por el humo del vicio, me asomé al vacío dispuesta a dejarme llevar. La ciudad se transformó en una masa de luces y su ruido en un canto arrullador, mientras suspendida en el aire, hipnotizada pero consciente, por primera vez experimenté la sensación de no pensar nada. Que paz!
Escupida nuevamente sobre la arena mantengo la certeza de haberle ganado tremenda batalla al miedo. Si pudiera besarme lo haría, para sentir el sabor de la suavidad que nace cuando se abandona una guerra.
No hay lugar a recoger los escombros de pasadas convicciones, ni a construir nuevas.
--Jarrett vuelve a mí. Se lo llevó una ola y de improviso lo trajo otra. Me hace cosquillas en mi playa, por estos días pacífica. Sentada sobre mi cálida arena permito que libros disfrazados de barcos transporten mi mente a mundos lejanos, mientras Jarret y su piano siguen acariciando suavemente mis pies. Paz! la anhelada y amada paz.
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