Desde mi prisión (2ª parte)
Sentí llegar la locura, no hice nada para impedirlo, la enajenación me ayudaba a sobrevivir el encierro, la soledad, la desesperación. Buscaba la forma de salir a diario, recorría los muros de la caverna, si los muros, al principio correteaba de un lado a otro, gritando, gimiendo, empujando las rocas salientes, después trepaba por donde se podía.
Cuando el cansancio me botaba en el rincón que se había convertido en mi cama, me preguntaba una y otra vez por qué no estaba muerta.
Ya habían pasado según mis cálculos más de tres meses, en ese ir y venir en la penumbra. Y con el pausado andar del tiempo, se iba produciendo en mí una metamorfosis lenta y diaria.
Comencé a cambiar, al principio no me di cuenta, estaba demasiado ocupada en escapar, seguía viva y en vez de debilitarse mis fuerzas, me despertaba con el primer rayo de luz que se filtraba por la pequeña hendidura, buscaba que comer en esa inmensa mole de piedra hueca que ya no me asustaba, que de alguna forma me acunaba convirtiéndome en algo que yo no era capaz de entender, era ya casi mi naturaleza trepar por las paredes escarpadas, el calor de mis manos era lo que aún mas me asombraba, al principio era solo eso, luego en forma casi espontanea lo fui manejando, lo fui moldeando como una fuerza que me daba poder, recordé un Gurú que había visitado mi pueblo cuando era niña, el imponía sus manos a la gente, mi abuela me había llevado con él, sentí arder todo mi cuerpo, era un calor que me había llenado de energía, no recuerdo haberme enfermado de nuevo desde aquella ocasión y con esa remembranza en mi mente, usé mis manos para calentar mi cuerpo y para encender un fuego que no necesitaba leña.
La locura del primer tiempo fue reemplazada por aprendizaje, mi cabello había crecido en forma considerable, en el pequeño hilo de agua me quedaba horas enjuagando mi cuerpo, eso me producía placer y calma, después trenzaba mi pelo como en un ritual, y en cada lazada que le hacía a la trenza, mi mente hilvanaba el plan que me llevaría de vuelta. Lo primero era entender lo que me estaba pasando, dominar mis nuevas capacidades y ver como éstas me podían ayudar a salir de ahí. Ya no solo limé mis uñas, me hice un par de cuchillos de roca solida y con la calma del agua y la voluntad de ella, me trepaba a la roca día a día con mis herramientas comencé a horadar la fisura, sería lento y no me importaba.
La montaña cooperaría, yo ya era parte de ella y ella, era yo de alguna manera. Ya no me apuraba salir, por que cuando lo hiciera, mi cuerpo y mi mente estarían preparados para usar mis cuchillos de piedra.
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