CONTRASTE
(Sugonal)
Llueve sobre Santiago. Hace frío.
Faltan minuto para las ocho de la mañana de un Jueves húmedo, gris. Al pasar frente al Casino del edificio donde trabajo, construido mayormente con grandes paneles de vidrio, amplios ventanales y puertas, sentí golpes suaves y repetidos en una de sus aristas.
Me percaté que venían de los sucesivos intentos de un pequeño pájaro, presumiblemente un zorzal, que trataba de salir de su interior estrellándose cada vez contra los vidrios. Aleteaba vigorosamente, volvía a intentarlo chocando contra las paredes para él inexistentes.
De pronto ví que un hombre ingresaba al recinto, dejando la puerta abierta para que el infeliz pajarito saliera de su involuntario cautiverio. Se acercó para guiarlo. El zorzal comenzó a aletear con desesperación, chocó contra un vidrio, cayendo justamente sobre esta persona, quién lo apresó contra su pecho con la mano izquierda sobre su pecho y salió a la terraza.
Antes que lo liberara observé que pasaba suavemente sobre la cabecita del zorzal el dedo índice de su mano derecha y lo soltó. El pajarito salió disparado hacia los árboles más cercanos.
Seguí caminando hacia mi oficina. En mi corazón sentía regocijo. Había tenido la suerte de presenciar como la bondad de un ser humano, la compasión que le había inspirado la dramática situación de un animalito indefenso, había funcionado.
Por la tarde seguía lloviendo. Tuve que salir a la calle. A poco caminar vi venir un carretón con ruedas de neumáticos tirado por un caballo flaco, viejo, cuyas costillas parecían querer salírsele de la piel, haciendo esfuerzos por arrastrar una pesada carga de verduras surtidas.
De su cuerpo empapado salía vapor. Una que otra vez resbalaba en el pavimento mojado. Pero lo más impactante de este cuadro era ver al conductor de la carreta azotando brutal y repetidamente el lomo del pobre animal con una larga huasca acompañando cada azote con exclamaciones obscenas...
Sentí una profunda indignación. El ruido de cada azote me llegaba al alma. No recuerdo haber presenciado antes una demostración de crueldad más patética con un animal que entregaba su energía a su amo para que éste trabajara, ganara el sustento, tuviera una mejor vida.
Me marcó hondamente. Sentía mi corazón herido e impotente cuando volví a mi hogar esa tarde.
14.11.2005 C:118510
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