Hoy sentí la muerte tocando mi puerta.
Dude en hacerla pasar, pero en un minuto de cordura.
Decidí que aún no es tiempo, que quedan cosas por hacer.
Tengo una condena de sesenta años que cumplir.
La que hace que cada mañana deba levantarme al alba.
Escoger el traje del día, que no puede ser el mismo del día anterior.
Esta penalizado socialmente, vaya que estupidez.
Salgo al balcón de mi vida, miro hacia el cielo y respiro profundo.
Me introduzco en el tiempo, hago que éste llegue a las viseras.
Lo respiro luego lo exhalo una y otra vez.
Asumo mi finalidad en la vida y acepto mi condena.
Sigo respirando y exhalando, aún permanezco en el balcón de mi vida.
Desde allí transformo por algunos minutos las torres de cemento.
Las calles zigzagueantes de asfalto que se pierden en perspectiva.
Los grandes focos que se hacen notar poniéndose el sol.
En grandes parajes australes, cuyos senderos húmedos.
Me recuerdan que tan viva estoy, no importando que sea otra la realidad.
Y emprendo mi viaje del día, sorteando lo que trae.
Gozando los minutos felices y dejando pasar los que no lo son.
Total el día tiene 24 horas y mañana empezaré de nuevo.
Son muchas las mañanas que me tocará vivir en esta condena.
Son muchos los balcones que tendré para soñar.
No fue el mejor de los días, tampoco uno de los peores.
Atrás dejo el traje del día, resulta bello desnudarme.
Sintiéndome libre en mí intimidad, impermeable, sólida.
Donde sólo yo puedo estar, no hay espacio para los demás.
Me protejo de mis errores, de esos que se reflejan en el alma y en el cuerpo.
Que sólo aquellos más perspicaces lo pueden apreciar, pero ……callan.
No está permitido entrar en la profundidad de mí ser.
¿Permitiría el mar que yo entrara en sus profundidades, sin que éste me lo permiiera?
Creo que no, sentiría su furia, lo que dificultaría mi salida.
Entonces, sólo en mi intimidad me protejo de mis errores.
Nuevamente salgo al balcón de mi vida, La tarde empieza a decaer.
La potencia de las luces incandescentes no permite ver el cielo.
Nuevamente respiro y exhalo, transformando esa realidad en un sueño.
Un cielo infinito, inagotable, luminoso y galáctico.
Me ufano de mi creatividad.
Antes de apagar el día, tacho mi calendario.
Pensando de que a los sesenta años, le queda un día menos.
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