Qué hacen los cobardes cuando no pueden lidiar con la realidad? Van y se hunden en un café cualquiera, queriendo pasar desapercibidos, mientras buscando respirar normalidad, juegan a adivinar las vidas de los que conversan en la mesa de atrás.
Eso exactamente hice yo cuando me dieron la noticia. Eso y pasar antes por la iglesia para endilgarle la responsabilidad al supremo. Así, sin más, me lavé las manos, y me hundí entre la gente normal, en un vano intento por no sobresalir, por no ser vista, por no verme o encontrarme.
Pero vivo en un pueblo, y por desgracia todos se van a sus casas temprano. Dios! como extraño la urbe y la certeza de que al pisar el pavimento seré devorada. Así que pasadas las horas, mi cuerpo creció y creció hasta ocupar todo el lugar. Mi presencia fue, sin más, evidente, hasta para mí.
Con la meta clara de evadirme, recogí mis pasos por las solitarias, y aun soleadas calles – estos pueblerinos!- mientras el naranja del cielo, como queriendo burlarse, reflejaba en las vitrinas, con mañosa precisión, mi figura.
Como último recurso clavé mi mirada al suelo, solo para encontrar mi larguirucha sombra serpentear graciosa sobre el pavimento.
Ya lo dijo Tomás, “Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde".
** Cita del libro La luz difícil de Tomás González. |