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Inicio / Cuenteros Locales / boy_dangerous / ¡ FIERAS ESPANTADAS...!

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En un pueblo de color gris, con un cielo sin rayos de sol, con poca iluminación y las nubes lo cubren por completo. Sus calles angostas con el horizonte inalcanzable; algunas empedradas, otras no, caminaban esos pies con sandalias de cuero elaboradas por sus propios dueños, se veían castigados, algunos apretando sus dedos con uñas largas y llenas de barro para ver si quizás de esa forma consiguen calor, algunos con heridas, que al sólo verlo uno se queda estremecido.

Al ver sus ojos, sin ilusión, sin propósitos tan sólo se limitaban a la monotonía. Caminan mirando extrañamente a su alrededor, cuando pasan por mi lado en las callecitas fijan sus miradas en mis pies, más en ningún momento nadie me mira a los ojos, es como si temieran mi presencia, los niños se esconden detrás de sus madres agarrándose con fuerzas sobre sus muslos apretando sus manitas con fuerza para sostenerse de las vestiduras de quien los sujeta de la cabeza apoyándolo hacia ella, como si yo fuera a hacerles daño. Y apresuran sus pasos, como si no quisiesen que les llegue una maldición.

El miedo en los niños se puede notar en sus miradas. Todos tienen los mismos rasgos, ojos rasgados, pestañas cortas, piel morena, cabellos oscuros como la noche, todos parecidos a sus padres. Ninguno tiene algo diferente a los demás.

Me siento abandonado por el mundo, caminando también sin rumbo, solo, por aquellas callecitas empedradas sin poder pensar ni siquiera en qué hay en el horizonte, igual llevo mis sandalias de cuero elaboradas por quien me parió, tengo las mismas heridas en los pies. Apretó también mis dedos para buscar un poco de calor en la presión.

Entro en casa, es como la de todo el mundo, no se le puede decir rústico, eso es poético, es vieja, fría, con las paredes de barro que la hace ver más oscura de lo que es y con hollín por todo lado, por la noche corren las ratas libremente, ya que nuestro gato sólo le preocupa mantenerse cerca de las cenizas calientes de la hornalla a leña que utiliza mamá para cocinar todos los días, el techo tienen plantas, que mamá dice que algunos años serán árboles, aunque yo siempre le pregunto que si algún día no harán que se caiga el techo sobre nosotros, ella dice que no, que el techo es resistente. Aunque yo no confío mucho en su versión.

Dentro tiene algunas ollas desparramadas, una cama sobre el piso con unas colchas viejas y con olor a humedad, aunque no sé porque tienen ese olor en un clima tan seco, sobre el techo cuelgan unas cuerdas que sirven para amarrar animales, nuestras ropas están amontonadas sobre algunas bolsas de maíz. El frío dentro de la habitación ha sido siempre desde que yo me acuerde.

¡La comida está lista! Dijo mi madre. Es la delicioso sopa de harina de todos los días, si tenemos suerte tienen huevo y si estamos de festejo tiene una gallina dentro, ese sí sería un día de aprovechar y comer mucho, lástima que no pueda presumirlo con nadie, soy el raro del pueblo y nadie se me acerca, me temen y aún no entiendo el por qué. Mamá dice que es porque soy muy especial, pero no deja de ser triste tener que cruzar la calle para no encontrar a nadie de muy de cerca.

Cuando voy a la casa de alguien de quien me manda mi mamá, me recibe bruscamente preguntando qué es lo que deseo, me hace la entrega y me despacha. Cuando parto presiento que estoy escuchando sus murmullos, que no logro entender, pero sé que se habla sobre mí; cuando trato de hablar con los niños de la casa, se esconden y me miran por las rendijas de sus puertas, si alguno me dirige siquiera una palabra sus padre los agarran de las orejas y les dicen que nunca más vuelva a hacer eso, que recibirán una brutal paliza la próxima. Es la razón por la cual todos los niños me temen, no por lo que soy, sino por las amenazas de sus padres, al menos eso quiero creer.

Cuando camino por las calles del centro del pueblo puedo ver que no todos son iguales, los hombres de la ley son diferentes. Todos visten un traje azul marino pulcro, llevan guantes blancos, y un gorrito sobre sus cabezas; todos ellos son disímiles a todos los del pueblo, no son de ahí se puede notar a simple vista, su trabajo es controlar el tráfico dicen todo el tiempo, ordenan a todos caminar en fila y por un sólo lado, el que no obedece es castigado, con sus laques, según como la ley manda. No sé realmente cuál es el mandato de dichas leyes ni quien las hace.

La gente dice que me parezco a ellos. Dicen que tengo los cabellos rubios, la piel blanca, los ojos azules y las pestañas largas y oscuras, creo que esa es la razón por la cual todos me temen, pensarán que seré un opresor como todos ellos. Pero no está en mí ser así.

Todos los niños tienen que obedecer a todas las órdenes de ellos. Al primero que ven lo llaman, le silban como a cualquier perro callejero, le piden lo que desean sin importar el tamaño ni el peso de lo que vaya a mover, sólo tiene que cumplir si no desea recibir un azote. Yo me libro de todo eso, cuando me miran me sonríen incluso algunos han llegado a saludarme, otros me han alcanzado algo para comer, aunque nunca he recibido nada de ellos, mamá me lo prohibió. Yo siempre obedezco.

Cuando un adulto manda, llama a cualquier niño y tiene que cumplir. Los niños están prohibidos de cobrar un sólo centavo por la acción. Sin embargo cuando yo soy mandado, los hombres de la ley obligan a que se me pague. Así que ninguno se atreve a pedirme que le ayude en algo, porque no les gusta pagar, si es una emergencia, me mandan y sólo tienen que obedecer.

Un niño va llorando agarrado de las manos por atrás por un hombre de la ley, al parecer cobró por ayudar a alguien y lo llevan para castigarlo; es el primero en mirarme a los ojos, su odio, su repudio logré sentirlo en mi corazón, sólo oí que exclamó esta pregunta en una voz quebrantada e impotente, ¿por qué él cobra? Miré al policía y el me miró, no dijo nada, siguió su camino.

Seguí caminando rumbo a casa, todos estaban viéndome de forma natural, sólo tenía que ir cruzando la calle como siempre para no encontrar a nadie de cerca. Llegué a casa, ahí un hombre me grita; ¡maldito, ahora vas a morir! Y siento como algo tan caliente ingresa en mi cuerpo tras un ruido espantoso, siento como escurre un líquido caliente dentro de mi pantalón, estoy perplejo viéndole a la cara, esa su mirada de ira, tras el estruendo de otro ruido como el que sonó antes herirme, cae en el helado suelo empedrado derramando el mismo liquido que sale de mi pierna.

Se acerca aquel hombre de la ley, me toma sobre los brazos y me lleva con él, aun sigo sin entender ¿qué es lo que pasó? Me lleva rápidamente, poco a poco me voy sintiendo más y más mareado, mi cuerpo más pesado; de pronto un grito me puso en alerta, es mi madre desesperada, preguntando dónde me llevan, pero quedo en paz cuando esta voz toca pero dulce le dice, ¡quédate tranquila acá, traeré a tu hijo sano y salvo, estará bien, sólo ten fe, de lo demás me encargo yo, al fin y al cabo es mi deber cuidarlo! Ahora puedo cerrar los ojos, tranquilo, el sueño me vence.

Una vez abro los ojos el hombre de la ley me saluda. ¡Valiente señor, ya está usted listo para ir a casa! Me acomoda el cabello, me toma de la mano, mientras caminamos todos cruzan la calle para no encontrarnos tan de cerca, miro al frente como todos tienen las miradas, como si fuesen animales, fieras que están siendo atacadas. Pero puedo mirar más al fondo, veo que al final de la calle hay unas montañas, todas grises y sin árboles, mientras presiono la mano de quien me ayudaba a caminar me pregunto ¿qué hay del otro lado? El hombre de la ley me dice, vamos por tu madre, del otro lado de las montañas no tendrás que cruzar la calle para que nadie te encuentre de cerca, me encargaré de que tú y tu mamá sean respetados.

Texto agregado el 19-05-2013, y leído por 103 visitantes. (2 votos)


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