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¡Qué difícil es para mi escribir! En mi indigente casa, echa de esteras, ubicada en un arenal de Lima, los libros eran lo último que se encontraba. Mi pobre progenitora, que la hacía de padre y madre para su hijo, lo único que leía eran los periódicos baratos, que le regalaban sus patrones, de esos que traen las fotos del accidente de tránsito y la chica desnuda en la portada. En aquella precaria y derruida escuela pública donde fui matriculado, tuve una de las mayores dichas de mi vida, aprendí a leer y escribir. Aunque esa nueva habilidad no fue lo suficientemente pulida, en parte por mi desidia y por otra parte por las limitaciones de mis profesores. Como diría algún intelectual de la aristocracia limeña, que a veces leo, esos defectos de escritura son la marca de nuestras escuelas públicas.

Aún recuerdo ese fantástico día en el que descubrí en la casa de un vecino esa ruma de revista y libros viejos, las cuales cogí sin permiso; mientras él se encontraba distraído hablando con mi madre. Al sorprenderme tan interesado en esos trozos de papeles carcomidos por las polillas, él me permitió visitarlo para leer lo que quisiera, hasta me dejó llevar algunos a casa. Lo primero que leí con ansia fue esos cómics de lectura fácil y de historias tontas, proseguí con los libros de fábulas y cuentos, dejando de lado otras revistas de las que nunca pude descifrar el contenido.

En el colegio mi afición por leer no cesó, los libros del curso de literatura, prestados por mis compañeros, fueron el siguiente paso, éstos tenían básicamente recopilaciones y fragmentos de algunas obras de literatos nacionales y extranjeros. Ello me incentivó a recurrir a los maestros del colegio para saciar mis ganas de leer, así accedí a autores como Ribeyro, Vargas Llosa y García Márquez.

Y sucedió lo que suele suceder cuando lees mucho, sientes unas ganas irreprimibles de escribir. Así empecé haciendo unas pequeñas cartas de amor con las que conquisté a algunas de las niñas más lindas del salón. También hice cartas para amigos que no se atrevían a confesar su amor a alguna chica, por supuesto, con un previo pago, tan poco estaba para derrochar talento.

La universidad significó una utopía para mí, ya que a pesar de mis excelentes notas, tuve que trabajar para ayudar a mi madre a mantener a mis dos hermanitos. El duro trabajo en la fábrica casi termina por completo con mi afición. Pero ésta resurgió cual ave fénix y empuñando el lápiz y el papel con mi callosa mano volví a escribir. Junto a esta revelación regresaron las ansias por la lectura, me ingenié la manera de conseguir libros nuevos e interesantes de una manera aparentemente fácil; hasta que un par de noches en la inmunda celda de una comisaría, y unos cuantos hematomas en la cara me persuadieron de que no era una buena idea. Siempre agradeceré al dueño de la librería por no denunciarme. Pensé entonces en la biblioteca pública, a la cual fui sólo algunas veces, debido a que sus pasadizos estaban llenos de lo que alguien llamó "polvillo del saber” , eso me alejó definitivamente de ahí, ¡maldita sea la rinitis alérgica!

Ahora estoy casado con una hermosa y humilde mujer, a la que conquiste con el más maravilloso de mis poemas, sigo escribiendo, pero ya no uso el papel y el lápiz, sino una vieja maquina de escribir que compré a pesar de los numerosos regaños de mi madre a la cual le pareció un lujo innecesario, debido a nuestras insuficiencias económicas.

Mi público son mis estimados amigos, que a pesar de no entender mucho de las cosas que escribo, se divierten con las historias referidas a ellos. Otras historias y poemas con un contenido más complejo se las envío a los ex amigos del barrio que tuvieron la suerte de ir a una universidad y que me tienen una especial consideración.

Para mí es difícil escribir. Porque yo no me puedo sentar frente a una computadora, con un vaso de vino, fumándome un puro y escuchando una música sublime en espera de la inspiración; o pasando horas perfeccionando mundos mágicos e imaginarios. Lo mejor que me ocurriría a mí es que el domingo, que es el único día libre que tengo para escribir, mi hijito se duerma temprano y el vecino deje por lo menos ese día de escuchar música de moda a todo volumen. No tendré acceso a libros nuevos, me conformaré con los que alguien me pueda prestar. A mí nunca nadie me publicará un libro, no ganaré premios, lo más cerca que estaré de obtener dinero con mis escritos son los poemas que vendí en el colegio. Pero ¡qué diablos! No dejaré de escribir, porque es la única manera que tengo de escapar de este mundo tan real que, a veces, llega a doler profundamente.

Texto agregado el 13-08-2004, y leído por 237 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-08-2004 Es una pena que tan poca gente en la pagina se haya dado tiempo para leerte. Me identifique con tu texto, es bueno que los lectores se identifiquen con lo que leen, mas aun cuando pienso que un gran porcentaje de gente que esta aqui, pasa por eso...au revoir. Agustin. salvatiere
14-08-2004 Si...la realidad. Un dolor ineludible. atlanta
13-08-2004 Me estremeciste, bueno, realmente aprecio lo que has dicho, de alguna manera se acopla a las peripecias que tienen que pasar los amantes de la lectura y del vicio delicioso de escribir. Por razones de tiempo: el trabajo, los hijos, etc etc tal ves no puede hacer uno lo que mas le guste, en este caso estar inmerso en las letras, pero siempre habra un tiempito para atragantarse con novelas y poesias fabulosas y lanzarlas al papel dandoles forma a las ideas, bueno muy buen texto, realmente me afectaría mortalmente no poder leer o escribir alguna vez, asi que te comprendo a la perfección. Aramis
 
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