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UN MAR DE RECUERDOS

Recuerdo que tenía nueve años cuando mis padres me llevaron por primera vez de vacaciones. A esa edad creía que eran en el mar, siempre en el mar. Yo no conocía el mar y quería ir al mar,
Cuando me dijeron que íbamos a ir a la montaña me puse a llorar desconsolablemente.
Viajamos en tren rumbo a Mendoza, precisamente a un pueblito con el original nombre de Rama Caída donde unos tíos de mi padre hacía tiempo nos habían invitado a pasar unos días en un viñedo que tenían a su cargo. Recuerdo que íbamos en primera clase confortablemente como duques; en camarote, con coche comedor... y gratis. Mi padre era ferroviario y aprovechábamos ese beneficio.
Después de un largo viaje llegamos a la finca. Como nadie salió a recibirnos ni respondía a nuestra llamada. Nuestra primera impresión fue algo decepcionante.
Recuerdo que la casa era amplia con altos techos de chapas de zinc acanaladas y paredes de grandes ladrillos de barro crudo blanqueados a la cal. Muy cerca a su frente corría una torrentosa acequia; como era poco conveniente ingresar por allí la puerta principal parecía estar clausurada. Al costado una entrada para camiones daba al patio trasero y por esa llegamos a él. Se podía adivinar que en ese lugar discurría gran parte de la vida cotidiana de sus moradores, a quienes ciertamente aun no conocíamos personalmente Dejamos las valijas en el suelo y nos sentamos a esperarlos. Desde el borde del ancho patio de tierra hasta el horizonte bajo un cielo sin nubes, todo era viñedo, lo bordeaba árboles frutales y a un costado, a lo lejos se recortaba la precordillera. Toda esa belleza no me hacía olvidar que yo quería conocer el mar. Recuerdo que nos llamó poderosamente la atención el gran contraste que notábamos entre un visible esmero por el orden y la pulcritud, y la precariedad con que seguramente vivirían. Después de transcurrido un buen rato, el matrimonio apareció entre las vides y sorprendidos al vernos allí nos dieron la bienvenida. Cuando conocimos a esa gente, extremadamente respetuosa, amable y bien predispuesta a que pasáramos unas excelentes vacaciones, todas nuestras presunciones pronto se olvidarían, (eso opinaban mis padres, yo no estaba tan convencido) Con muy buena voluntad acomodaron un cuarto, y allí nos alojamos con la rara sensación de que se habían olvidado de nuestra anunciada visita.
Recuerdo que la luz eléctrica todavía no había llegado a esas zonas, por lo tanto tampoco, los primeros adelantos tecnológicos de aquella época que ya en las ciudades podíamos disfrutar. Recuerdo que entre las primeras hileras de vides, una casilla de chapa con una cortina como puerta, un piso de madera con un agujero y un tacho perforado colgado del techo, era el baño. También que en un estanque a ras del piso tapado con chapones se conservaba de las escasas lluvias el agua para beber, mientras que en un tambor abierto la ceniza de la lejía preparaba el agua para lavar la ropa a mano, que luego se solearían extendidas sobre las parras mas cercanas.
Recuerdo que las puertas de todas las habitaciones concurrían a una larga galería, donde en un extremo de sombra permanente, un extraño artefacto llamó mi atención; en un armazón de madera, suspendida en forma invertida una vasija de barro cocido ofrecía al sediento sin apuro gota agota, un mezquino vaso de agua fría.
Recuerdo que los pisos de las habitaciones eran de tierra apisonada de tanto andar, y lustroso por el agua jabonosa que le habían echado. Aislando el calor del techo, un cielo raso hecho de cañas y arpillera completaba el confort.
Los primeros días no fueron buenos para mí, especialmente cuando debía adaptarme al lugar tratando de encontrar cosas buenas donde no me parecían del todo así.
Recuerdo que los desayunos de mate cocido con leche condensada me resultaban tan asquerosos que terminaba esparciéndolos en el patio cuando nadie me veía. También esa incontenible diarrea que me dio por comer ciruelas calientes recogidas directamente del suelo, que finalmente solo se me cortó tragando de golpe té de cáscara de granada, tan amargo, como que era peor el remedio que la enfermedad.
Recuerdo esas noches negras y frías cuando debía salir al baño corriendo y acompañado por mi papá. Casi a ciegas cruzábamos los cincuenta metros que nos separaban del dormitorio.
Por suerte todo fue cambiando para bien como mi actitud, particularmente después que mi padre notara mi descontento y me hablara muy seriamente.
Recuerdo de esa charla algo así: -“ Dani, yo sé que no estamos en Mar del Plata y esta casa no es un hotel cinco estrellas, mi sueldo no da para más. Esta gente nos está brindando todo lo que tienen y lo hacen de corazón, te pido que cambiés esa cara, por respeto a ellos, a los que debemos estar muy agradecidos. No siempre la comodidad cuando se está fuera de casa es lo importante, sino saber disfrutar de las cosas nuevas. Aquí tenés toda la naturaleza a tu disposición, ¡Ahí la tenés, descubrila! y hacéte amiga de ella, y vas a comprobar qué generosa es. Ella siempre guardará una sorpresa más para asombrarte...-Concluyó.
Y tuvo razón.
Recuerdo cómo me divertí después. Inventé mis propios juguetes y juegos. Aprendí a fabricar unos pequeños molinos de agua con trocitos de caña. Verlos después cómo giraban en la corriente de la acequia fue todo un descubrimiento. Jugaba a perderme en ese laberinto lineal que para mí era el viñedo. Y para regresar sano y salvo tomaba como referencia, ya que se destacaba sobre él, la casilla del baño. La misma que desde el primer día había comenzado a odiar, ahora la veía como una simpática salvadora viéndola desde lejos.
Recuerdo lo sorprendente que me resultaba escuchar los estruendos de las bombas que explotaban entre las nubes cuando un cielo oscuro y tormentoso amenazaba con lluvia y granizo. Qué emocionante fue abrir las compuertas para el regadío, y ver el agua correr como una serpiente transparente entre las plantas. Y que me hayan dejado empuñar el arado para surcar me hizo sentir importante, por lo menos unos segundos, el tiempo que demoró el primer tirón del caballo y yo en arrancar de raíz la vid más cercana que tenía.
Recuerdo que llegó el último día de mis primeras vacaciones sin querer que llegara. Algo accidentada al principio pero finalmente felices e inolvidables. Mi padre no se equivocó, la naturaleza es una sola, distinta en cada lugar pero la misma y sorprendente... Solamente debemos conocerla y dejar que ella nos comprenda…
La noche de despedida fue muy clara. En la madrugada me desperté con una extraña premura en levantarme, pero con la seguridad de que no era ganas de orinar ni de la otra cosa. Era una necesidad distinta, que no justificaría despertar a mis padres para que me acompañasen hasta ese lugar. Automáticamente me dirigí a la puerta, abrí y no di un paso más. Tieso me quedé mirando lo que quería ver; Una playa de arena negra se extendía frente a mí como un manto de oscuridad hasta la orilla marcada por las vides. Y la sombra que proyectaba el baño se convertía en un muelle de pescadores a su vera. Desde allí, hasta un horizonte difuso, un mar verde plateado brillaba bajo una luna llena mostrándomelo. Una sucesión de suaves olas se mantuvieron estáticas en rigurosa alineación para que yo las viera quieto. Extasiado me quedé contemplando esa maravilla todo el tiempo que el frío me permitió. Para no romper ese hechizo cerré lentamente la puerta, volví a la cama sin hacer el menor ruido y me acurruqué bajo la frazada todavía tibia ... Y debí haberme aguantado así hasta la mañana siguiente en que partiríamos, porque para otra cosa más no me levanté.
De esta experiencia han pasado muchos pero muchos años, y por esas cosas raras de la vida mi hijo junto a su familia conocen el mar, yo todavía no.
Creo que no me hizo falta más. Desde aquella noche misma en que yo solo lo vi, solo para mí.


Con mucho cariño dedicado al Señor Rolando Pérez Berbel ( Rolandofa)

Texto agregado el 18-05-2013, y leído por 224 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-05-2013 Una bella historia que recuerda esos momentos de dulce y agraz que finalmente se transforman en dulces recuerdos de infancia... guidos
18-05-2013 hermoso relato, bien descripto, a mi tambien me traen recuerdos del campo de mis abuelos, en cintra, provincia de cordoba. eran humildes, trabajadores, y nosotros los chicos disfrutabamos mucho aquellos dias. jaeltete
18-05-2013 Bueno, bueno amigo, creí que él que contaba era yo. Me metí en ese paisaje que también describes, ese lugar esta a 10 minutos de mi casa y todo cuanto dices lo pintan como era en ese tiempo, mi casa era igual y sabes que decía mi padre en cuanto a algunas privaciones. rolandofa
18-05-2013 2) Hijo, siempre distingue la pobreza de la miseria, una es digna, la miseria es mezquina y deshonra al que la vive, gracias por tu dedicatoria un abrazote y estas en mi corazón buen amigo…haaa ya tenemos luz y cuando quieras venir solo avísame, tienes mi casa y mi amistad rolandofa
18-05-2013 Pero muy pronto conocerá un hermoso mar y a una cálida ciudad que logrará inspirarlo para que sus letras sigan deleitándonos. mis5 edam
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