Estaba en mi isla tomando el sol plácidamente, cuando escuché una voz muy claramente; era un predicador que incitaba a la gente para que participara de su fe; al principio intenté no poner atención, pero el hombre continuaba con su prédica, cerré mis ojos, me puse unas gafas negras y traté de dormir un rato, mas no fue posible que yo encontrara el descanso pues cada vez el volumen del sermón era más alto. No entendía de donde podía provenir ese sonido si estaba aislado de todo tipo de comunicación audiovisual, no tenía radio ni televisor, ni nada por el estilo.
Esperé un tiempo más, pude dormirme, mientras la voz del individuo continuaba, sólo que se me hacía más lejos, mientras me dormía. Abrí los ojos, vi mi reloj y me di cuenta que había dormido durante dos horas, lo que me estremeció fue saber que todavía estaba esa persona dictando su conferencia, era la misma persona que había escuchado antes; ¿Cuánto se iba a demorar hablando? Parecía que fuera a demorarse todo un día evangelizando. Escuché que hablaba de la necesidad que teníamos todos los seres humanos de encontrar la liberación de nuestras almas; como no podía ignorarlo me tocó escucharlo, después de unos minutos me sentí completamente sucio, miserable, pensé que no valía nada si no aceptaba la redención que el sermón me ofrecía.
Pero ¿qué podía hacer? Sentí tanta pasión en su perorata, que me empecé a poner nervioso, como si necesitara hacer algo, no podía quedarme tranquilo sabiendo ahora que necesitaba la libertad de mi ser interior. Entonces me lancé al mar y comencé a nadar hacia la isla más cercana, seguía escuchando palabras, eran más de juicio que de consuelo, nadé durante más de 10 minutos hasta que llegué a la otra isla. Cuando llegué allí le pregunté al dueño si también escuchaba esa voz y me dijo que no, que yo estaba loco, así que me volví a lanzar al agua y de nuevo nadé, esta vez hasta la metrópoli.
Al llegar allí, supe que habían demasiados lugares para dirigirme, el predicador continuaba con su arenga, el problema era que no asimilaba un sitio hacia el cual se oyera más fuerte. Mi intuición me indicó que debía dirigirme al hospital, caminé hasta allí, entré, subí por las escaleras hasta el piso tercero; escuché la alocución fuertísima en la zona en que estaban tres hombres sentados, los reconocí, eran unos compañeros míos del colegio, me acerqué, los saludé y les pregunté si escuchaban las palabras que yo oía. Ellos me respondieron con extrañeza que no percibían ningún tipo de ruido.
Salí del hospital, me estaba volviendo loco, pero no iba a seguirle el juego a lo que fuera que estuviera jugando conmigo, así que me devolví hacia mi isla; no me había apercibido de que existían tiburones en esas aguas, cuando pensé en eso, me entró un miedo tenaz; como si con mis pensamientos hubiera llamado la atención de ellos, uno vino y me arrancó rápidamente la pierna derecha, luego la izquierda, pedí auxilio, pero nadie me oía; la voz se fue opacando mientras yo perdía el conocimiento, me desangré; en el último instante, la voz desapareció y supe que estaba dentro de mi mente.
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