Un día frío en calle San Pablo, territorio popular, plagado de perros con arestín y vagos que se hermanan con ellos, acaso porque intuyen que ni perro ni hombre, en esas condiciones se superan el uno al otro, ni en vicios ni en cualidades. Es un día gris, de esos en que el frío se cala por las vestimentas y provoca un sobrecogimiento existencial. La gente común cruza ese espacio yerto con paso raudo, evitando los ladridos de los quiltros y la mendicante actitud de los vagabundos. Muchos cruzan la calle, sin pensar siquiera que ese desvío puede ponerlos frente a frente con un obstáculo aún peor.
Uno de esos vagabundos me llama la atención. Está apartado de los demás y viste un abrigo negro, largo y raído, pero que le brinda un dejo aristocrático, vaya uno a saber por qué. Acaso, porque parece un profesor, de esos de escuelitas municipalizadas, con bajos ingresos, pero con la obligación de cuidar su presencia, ya sea para que se note que tienen una ascendencia con los alumnos, o simplemente, porque consideran que es un deber el cautelar su dignidad. Puede que su barba curiosamente cuidada y su cabello largo pero ordenado, contribuyan a brindarle esa nobleza.
Algo en él me llama la atención. Ha sacado un cigarrillo desde un bolsillo de su abrigo y le pide a un dependiente de una tienda de alimentos para mascotas que le auxilie con un cerillo para encenderlo. Ya con el cigarrillo humeando entre sus dedos alargados, el cilindro reluce con elegancia, lo que me hace pensar que tal personaje tuvo un mejor pasar en épocas anteriores. El tipo le da cortas pitadas que luego disfrutar con una expresión de delectación en su rostro. Pero, algo ocurre, el hombre se aproxima a la calzada y da miradas inquisitivas en dicho lugar, pareciendo que busca algo en los resquicios de ese asfalto húmedo. Luego, continúa fumando, como si este acto le permitiese visualizar el sentido inmanente de su existencia. Y otra mirada al asfalto y otra pitada. La contemplación acaba cuando aparece en la esquina el microbús que me trasladará a mis menesteres.
Nunca más he visto a aquel hombre, que cigarrillo en ristre, acaso busca entre las ruinas, acaso los restos de su razón perdida...
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