NO ES MÁS FELIZ EL QUE MÁS TIENE, SINO EL QUE MENOS NECESITA
Un hombre caminaba por un pasaje polvoriento, cojeaba ostensiblemente, vestía auténticos harapos. El sol en lo alto calentaba su rostro surcado por innumerables arrugas que delataban su mediana edad. Una crecida barba mal cuidada no hacía más que dotarle de un miserable aspecto.
En el reino de los cielos, el todopoderoso le observaba a la vez que decidió hacer acto de presencia con ánimo de ayudarle.
—¡Hijo mío! —dijo Dios con potente voz.
—Te veo tan maltrecho que me apiadasteis el alma.
—Decido que a partir de ahora mismo serás mi ayudante, estarás a la derecha del Padre.
Y, ciertamente, así fue. Nuestro amigo estuvo ayudando en sus numerables quehaceres.
Pasó un tiempo, el hombre cabizbajo y humilde se postró a los pies del creador, diciendo:
—Señor, mi Dios… Le pido de todo corazón que me dispense de esta carga que usted tuvo a bien confíame —Dios, entre colérico y sorprendido, contestó.
—¿Por qué, hijo mío?
—Padre omnipotente, creador de todo, perdóneme. No soy feliz, día tras día tengo que soportar una lista interminable de almas que sólo piden. Reclamar y solicitar es lo único que saben hacer. Quiero volver a mi antigua vida de bohemio y mendigo, donde solo yo dependía de mí mismo, acompañado de las estrellas en las noches claras y despejadas.
El Creador, como padre tolerante y condescendiente, le dijo:
—Hijo, si es ese tu deseo, puedes ir en paz, que cuando te creé también te doté de libertad para elegir.
Y así fue, el hombre reanudó su caminar… El diablo se frotaba las manos a la vez que pensaba: “Qué tendrá este mortal que se fue del reino de los cielos”.
Acto seguido, se le apareció diciéndole.
—¡Hombre que nacisteis de hembra mortal, yo dueño del Averno, ángel caído, te prometo que, si vienes conmigo, serás el humano más rico, feliz, eternamente joven y con enorme poder!
—El vagabundo se fue con Belcebú, pero pasó el tiempo. Harto, cansado de ser guapo, joven y todopoderoso acudió de nuevo a su amo, diciéndole.
—Amo y señor de las tinieblas, ante ti se postra tu humilde ciervo que te pide le dispenses de las cargas de trabajo y prebendas que tuvo a bien facilitarme.
—¡¡Cómo te atreves sucia rata, despojo humano, a decirme tal cosa!! ¿No te he tratado bien, no tienes todo lo que quieres? —siguió gritando colérico el demonio.
Entonces, el hombre con firme y segura voz le contestó.
—Señor… estoy cansado de las peticiones que tengo que atender en su nombre. Día tras día, una fila interminable de almas que solo saben que demandar y exigir. Quiero volver a mi antigua vida de vagabundo y errante.
—Sois animales imperfectos que nunca están contentos con lo que tienen. No entiendo cómo él, ese cuyo nombre no puedo pronunciar, os creara con el don del libre albedrío. Si ese es tu deseo, que así sea. Inmunda rata desagradecida, vete, pues, a esa vida errante por ensenadas polvorientas —continuó transitando nuestro hombre que había rehusado las delicias del cielo y los placeres del infierno.
Un buen día tropezó con la rama de un árbol, la miró, tomándola descubrió que al principio de la misma tenía como una horquilla que se adaptaba a su axila, sirviéndole de gran ayuda para caminar. Feliz y contento de haber tenido la inmensa suerte de encontrar dicho madero que le vendría de maravilla para surcar por esos polvorientos y duros caminos a la vez que le serviría a modo de defensa contra los muchos maleantes que pululaban por esos Lares. Ahora, sobre la tierra donde pobres y ricos nacen, mueren y se reproducen, un hombre harapiento, pero feliz con su bastón, sigue su camino…
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS
Todas las obras están registradas.
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