Me gusta volar
La fiebre me consumía, una de esas influenzas que atacan con fiereza a los niños y a la gente mayor, sentía la voz preocupada de mi madre y sus manos con olor a flores pectorales y crema mentolada, que me humedecía la frente con una compresa tibia, la sentí gritar en forma desgarradora, no supe porqué en ese momento, me elevé por sobre ella, me situé alto, como si me aferrara a la lámpara que colgaba en medio del dormitorio y la observé desde allí mientras remecía mi cuerpo inerte.
Entró mi padre a la habitación alertado por los alaridos que salían de la boca de mi mamá, su cara desfigurada de desesperación, él me tomó en sus brazos envolviéndome con el cobertor de la cama y salió casi a la carrera de la casa, los seguí, no sé cómo, pero los seguí y fui la primera en meterme al auto, mi madre se sentó atrás con mi cabeza apoyada en sus piernas y yo sentada sobre mi cuerpo, esperando…
Dice mi madre que desperté en el hospital luego de una semana, yo no recuerdo que hizo mi espíritu aventurero en ese tiempo, seguro que salí a recorrer el mundo, creo que aún lo sigo haciendo.
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