Recuerdo las noches donde tu cabeza pesaba nunca demasiado.
Los momentos en que tu cuerpo delicioso estaba sudado, a un lado del mío.
Me acuerdo de tu cuerpo semi desnudo, producto del pudor y la vergüenza, después de hacer el amor y sabernos todo.
Después del placer y el agitarnos poco a poco, a golpes y juegos, a arañazos de espalda, a mordidas en el cuello, a besos furtivos que nunca fueron suficientes.
He estado pensando en esas tardes a tu lado,
donde charlar terminaba en sexo,
y el sexo terminaba con nosotros, sedientos y acalorados, tendidos, con ganas de ponerle pausa a otra película.
Recuerdo la vez primera que fue la más inmediata,
acaso demasiado, según pensabas.
Pero para mí, tardo apenas lo suficiente.
Volvieron a mi, las despedidas en el pasillo de tu apartamento. La tela satinada crujiendo entre mis dedos...
El lento despedirnos a prisa, mientras desgarraba tus ansias te volver a vernos.
Me acuerdo de tus pies que no te gustaban, de tus manos de mujer amargada, de tus ojos de niña dulce,
de tu cabello de leona dormida, de gatita acalorada.
De tus labios de sueño, de tu nariz de olvido, de tus piernas de frío, de tu pecho de montañas.
Me acuerdo a veces, cuando miro tus fotos, de tu cumpleaños, de tus berrinches, de las cosas que callé por no enamorarme, ni verme vulnerado, pero para todo ello es demasiado tarde para nosotros...
Y de pronto, una emoción volvió a mi.
(Haz de cuenta que no te extraño, sino que nos extraño juntos, ¿sabes?)
Y quise como antes, tenerte entre mis brazos,
rodear tu breve cintura, tomar tu mano nerviosa y húmeda,
acariciar tu cabello, besarte en la frente y tomarte por los hombros,
sólo para verte a los ojos y decirte: Gracias. |