Huye con tu insecto que reza y que se oculta en los rincones de aquella tierra pestilente que se encuentra al cruzar el piélago, baña mi bandera en carmesí y con fuego fatuo calcínala; transfórmala en cenizas, en brasas que entre copos de nieve han de caer sobre la tierra secular que ha sido bañada en sangre, saliva y lagrimas; tierra mítica espectadora de batallas malditas, de resarcimiento vicioso, de amor disfrazado de furia. Tienta mi aliento con tu amarga y dulce esencia; supuesto perfume inmortal, recorre las tierras de nadie y piérdete en mi piel que como perpetuo laberinto te ha atrapado en los rincones de mi ser. Sucumbe con palabras que se tornan ergonómicas; aquellos vocablos que han de sacrificar el tinte que cubre la umbra de tu figura, déjame asediar la penumbra de tu alma, déjame consumirla, déjame extinguirla y vagar a través de las tierras de nadie, de las tierras con olor a muerte; esas tierras que he convertido en un campo de sangre donde ceñidas se encuentran la luna y una estrella caída en sufrimiento y agonía. Observa con horror la caída de las torres de aquel valle rojo y desplómate en llanto triunfal; la tribulación te ha consumido y consumirá a tu insecto que reza, que implora clemencia al paso de mi ira implacable, deja que el sabor de su sangre sombría invada mis labios sedientos de venganza.
El fuego de mi mirada derretirá aquellos bosques de gélida nieve en dónde el se esconde; donde su sombrío corazón late con supuestas metáforas silenciosas que han de perecer al paso firme de mi voluntad capciosa y encolerizada; sea su mirada cegada por el halo de mi satírica risa valerosa, sea su instinto colapsado por la sangre; reliquia sagrada, que corre por mis venas; sangre muerta, sangre viva, sangre inmortal.
Que los horizontes nemorosos se cierren a tu alrededor como un limbo de suspiros y respiros que te sacrificaran en nombre del patético insecto que persiste con sus oraciones clamando piedad; que los palacetes misteriosos sucumban a mi paso ferviente, perezcan a mi marcha firme que se hace sinónimo de ira, de cólera, de furia; sinónimo de la canción oscura que te arrulló por largas noches donde éramos uno; y ahora, no queda nada.
Sigue implorando, sigue pidiéndole al viento, a las aves, al vasto mar; es inútil, tus palabras son impías en la tierra de nadie e inútiles se seguirán perdiendo en el frío viento, en la tierra llena de olor a muerte; esa muerte que encierra al guerrero consumido, al insecto que es él mismo, a la insignificante flama que nunca alumbró el pasaje de la vida terrenal.
Y sean las tierras de nadie donde he vencido, esas tierras donde el astro gravitacional se pudre, ese campo rojizo envuelto en un paisaje poco peculiar; estacas me embriagan con su dulce palpitar, esas tierras donde has sucumbido, donde el parásito que reza a caído ante la ferviente ira que me invadió como una enfermedad mortal; enfermedad que me ha traído, que me ha llevado, que me ha regresado y que finalmente me ha matado y me ha mantenido inmortal. Sea yo el testigo y el canciller que guíe tu espíritu a la nada, a la reliquia de mi memoria; alimentándome de tu carne, de tu sangre, de tu alma; eres parte mía.
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