Un escalofrío corrió por mi espalda cuando supe que venía a casa para quedarse. Mabel, es mi suegra. Una mujer independiente, con mucho empuje, que se lleva el mundo por delante.
Con tan sólo pensar lo que implicaba su llegada, el de compartir espacios, dedicarle tiempo y atención, no me predisponía de la mejor manera.
La relación con Mabel era hasta ese momento amena, donde siempre supo ocupar su rol sin invadir nuestra intimidad. Pero esto era nuevo, y no podía bajar la guardia. Ya bastante sabía de las relaciones entre yernos y suegras, esas relaciones que se tensan cuando los límites se desdibujan y los roles se confunden.
Pero ahí estaba, siempre. Si me levantaba, ella ya estaba arriba. Si me iba a dormir, ella era la última. Atenta a lo que sucedía, observándolo todo.
Con el tiempo esto se volvió normal, casi como que nunca fue de otra manera.
Pero como dice el refrán, no hay mal que dure 100 años.
A Mabel se le terminaron las vacaciones y la perra, de Mabel, volvió con su dueña. |