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Inicio / Cuenteros Locales / PenelopePok / Milton el terapista - Serie 1

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Entra y se sienta, con suavidad cruza sus piernas, apoya la cartera en el piso, se alisa la falda con las manos, estira la espalda para quedar sentada bien derecha, se moja los labios y me sonríe. En silencio la observo. Me gusta tomarme un tiempo antes de comenzar a hablar para así ver de primera mano el despliegue de mecanismos de defensa de mis pacientes.

Peroratas, ajustes finales de relojes, llaves, celulares, aretes, gafas, suspiros, miradas pérdidas, sonrisas fijas, mechones de pelo rebeldes, inspección de mi consultorio, resoplidos.

Ella, inmóvil, ya sin sonreír, tan solo observa a través de mí, como quien mira a través de una ventana un paisaje que le es indiferente. Como aquel que nada espera y a la vez está preparado para recibirlo todo.

- Bienvenida -finalmente le digo- que puedo hacer por usted? Desafortunadamente reconozco en mi tono de voz dejos de esa soberbia de saberme necesitado, que infructuosamente he tratado de dosificar. Pero como no sentirme importante, poderoso, cuando día a día se sientan frente a mi incontables infelices que por calmar su necesidad de aceptación me abren las puertas de su vida para que yo juegue con sus mentes a mi antojo?

Concentrándome, continuo, y con una sonrisa felina pero cálida le espeto: Para qué soy bueno? Como cliché de oro de mi labor de terapista. Son mi adoración esos lugares comunes de una conversación. Hacen todo tan fácil, sabemos de antemano que nos van a decir y que esperan que digamos, como una conversación eterna, en la que las circunstancias, las personas o el tiempo son irrelevantes, una conversación que existe por sí sola, como un puente, una cosa enorme y fija que está ahí para ser usada por quien así lo necesite. Divago.

Mientras espero su respuesta, la observo. Cómo será su voz? Infantil presumo, tiene un no sé que en su sonrisa que así me lo hace pensar. Yo personalmente prefiero las voces gruesas, tipo fumador, y en mujeres mucho mejor, le dan peso a la cursilería de su suavidad femenina, como que las vuelve más reales, menos sosas. Pero bueno, ella no musita palabra, así que sigo divagando.

Es interesante como la voz es a la vez disfraz y delator. Todo depende de que tan temprano aprendemos a incluirla en nuestros episodios histriónicos, bien sea como escondite de emociones, o como altoparlante de necesidades. Triste es ver como la gran mayoría desaprovecha su infinito poder de manipulación.

- No lo sé realmente, puede usted ser bueno para algo? Dice finalmente.

Ay joder! La madre que me pario! Resultó filosofa, aunque admito que tiene una voz decente, más varonil que dulce, y la verdad le sienta bien a su figura, pero claro, tenía que ser contestaría. Por lo general una voz grave viene con discurso incorporado, yo creo que se deriva de un problema genético, el tono serio engaña al cerebro y lo hace creer que sus argumentos son realmente importantes, y por ahí, bueno, se desarrolla el sentido del discurso de la mano del racionalismo. Aunque el pico es cuando se pega del existencialismo, ese tipo de personas, -voces, discursos- no se los aguanta nadie, a menos, claro, otro de igual calaña.

En silencio invoco a los dioses y maestros del discurso barato, y me preparo para contestarle.

Continuará...

Texto agregado el 15-05-2013, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-05-2013 El relato es bueno, el personaje no me gusta: Un profesional que cree sabérselas todas, para mí no es un buen profesional. Veremos qué continúa. simasima
15-05-2013 Auuuu !!!, me encantan estos relatos introspectivos. Cinco aullidos expectantes yar
 
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