Cuando Los Iracundos, ese famoso grupo musical uruguayo, sacó a la luz, o mejor dicho, puso a disposición de nuestros oídos aquel tema entre agorero y esperanzador que se titulaba “El mundo está cambiando”, cursaba yo los años jóvenes de mi vida y me encontraba a medio camino de la incertidumbre y la desazón, siendo un poco pasto propicio para iluminados que llegaran a remecerme el mate con ideas de índole espiritual, de esas que rozan la religión para luego incursionar en la magia y superchería más baratas. Pues bien, no llegó ese iluminado, pero busqué alivio en la meditación trascendental, muy en boga en esos días y recién llegada de oriente, prometiendo entre otras cosas una vida plena, libre de males y situaciones perniciosas. Debo reconocer que el hecho de repetir un mantra durante media hora, algo calmaba la ansiedad y ya más relajado, la vida no me parecía tan oscura.

Fue allí que surgieron los sones de la canción mencionada más arriba, con esas frases que más parecían una oración, entonadas por la voz rasposa de Eduardo Franco, su vocalista. El mundo está cambiando, escuchaba decir y me sentía regocijado de que se produjera un quiebre en esta existencia anodina. El sólo trueque, para bien o para mal, nos dejaría posicionados irremediablemente en opuestas aristas, reemplazando el tedio existencial por algo desconocido, pero que no tenía por qué ser peor:

Bajo un monte lleno
de dinero y ambiciones
siempre debe haber ese algo
que no muere.

Realidad plena, entonces y ahora, un himno que podría servirle a un caudillo populachero, con tanta vigencia como la letra de Cambalache de Enrique Santos Discépolo. Pero bien, siendo tan determinista como la letra del inmortal tango, en la canción de Los Iracundos se visualiza un deseo cierto de despertar, de remecer las conciencias:

Si al mirar la vida
lo hacemos con optimismo
veremos que en ella hay
tantos amores

Algo mágico me embargaba al escuchar esta estrofa, tanto que me impelía a simpatizar con todos, aún con los que no me importaban un pepino. Me juramentaba a cambiar cada día, pero entendía que todo aquello carecía de un propósito sólido, ya que no bastaban sonrisas y halagos para torcerle el destino a una situación de por sí muy densa.

Y allí aparecían una vez más los cautivantes sones de aquella melodía:

El mundo esta cambiando...
y cambiará más
el cielo se esta nublando
hasta ponerse a llorar
y la lluvia caerá...
luego vendra el sereno

Y yo creía que eso sucedería, que se nublaría y el firmamento se oscurecería, que algo aún más inusitado ocurriría y caería desde los altísimos cielos un torrente vengador para limpiar cada afrenta y hacer crecer una nueva especie, acaso impregnada de mejores valores. Algo así de improbable cruzaba por mi mente y anestesiaba mi conducta. Eran días inciertos, repletos de una pegajosa sombra oscura y esas estrofas me sabían a promesa.

Mucho tiempo después, la melodía se antepuso a la letra y desaparecieron todas mis aprensiones, ya sea porque aprendí a lamerme mis heridas o porque la vida puso una lápida a cada tormento, fuese este real o hipotético. Disfruté de la especial entonación que le imprimía Franco a dicha canción, desnuda esta ya de presagios.

Hoy, el mundo continúa cambiando y torrentes de lluvia y nieve se han precipitado sobre las testas de la humanidad. Tengo más que claro que no bastará una simple combinación de notas ni un cantante de voz rasposa para todo mejore sustancialmente en el mundo. Aunque, en dicho momento así lo creí, o por lo menos así lo quise creer…