“Mañana será otro día, mañana voy a arreglarme y pasado mañana viviré en el paradisíaco logro” dijo antes de ayer. Hoy tiene miedo de decir lo mismo, ya falló muchas veces. Sabe cuál es la solución: mirar y mirarse para satisfacerse. Aunque también sabe que lo único que hace es satisfacer a los demás, muy lejos de satisfacerse.
Un píe en el ayer, otro en el mañana. Lo del medio es sólo un puente insignificante que puede obviar de su vida diaria. Su mente corre, vuela. Va y vuelve sobrevolando ese puente oscuro, angustiante que prefiere no mirar.
Su mente se ríe, llora, llora mientras ríe, llora por la culpa de llorar en vez de reír.
Ese puente también fue su ayer, pero no será su mañana. Vive estirando sus piernas, sus pies, sus brazos, sus manos y todos sus dedos, inclusive su cuello y sus pupilas intentando atravesarlo para llegar a mañana, a su plenitud, a su seguridad. Engañándolo por años se aleja y se aleja, solo su imaginación logra alcanzarlo todos los días tomándolo por el cuello ,intentando retenerlo, pero su corazón y su poder de acción se quedan atrás. La imaginación vuela, los otros dos lo miran alejarse entre la oscuridad del puente, entre llantos disfrazados de risas y risas hechas llantos hasta perderla de vista. Algún día la alcanzaran. Ese día se hace esperar desde que nació su conciencia. Su poder de acción alguna vez sintió un impulso que lo empujaba desde adentro de sus huesos, pero su desanimo y su desconfianza se encargaron de atarlo, de dejarlo en silencio. De matarlo, o quizás tan solo de dormirlo.
Su corazón no sabe lo que piensa, no sabe si debe llorar o reír. Sabía esperar, pero la esperanza le dijo que sola no podía. Lo necesitaba con ella. Espera el día en el que viento entre por sus ojos y vaya con su sangre a todos los lugares de su cuerpo, mostrándole su interior, enseñándole el camino para llegar a su alma y limpiarla, dejarla transparente pero reluciente, y así ser feliz.
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