Escrito por allá cuando tenía 16... creo, afanosa, segundos después de terminar de leer El Túnel, por primera vez.
Yo también maté a María. Yo tomé ese cuchillo y lo empuñé junto con Castel. Yo también me abalancé sobre ella y después de enterrarlo una vez, yo también se lo enterré mil veces.
Yo también maté a María. Me dejé envolver por ese clima de irracionalidad, por esa posesividad enfermiza, yo también odié a María. Me metí en la historia y caminé como loca por las calles de Buenos Aires. Corrí, lloré y grité. Me deje dominar por todas esas sensaciones que todos alguna vez sentimos pero que siempre logramos dominar.
Me dejé invadir por la angustia, me deleité con lo volátil de mi enfermiza mente. Mi cara se transformó, mis ojos se desorbitaron y caminé arrastrando los pies, feliz de poder convertirme en ese monstruo egoísta, celoso, posesivo y dolido que todos alguna vez quisiéramos ser.
Sentí odio, -y lo mejor! – me sentí libre de sentirlo. Me convertí en un ser inmundo, toda mi racionalidad se esfumó y me desconecté de este mundo. Yo también maté a María y disfruté el hacerlo. Tenía que hacerlo! Era la única forma de acabar con esa monstruosidad en la que me había convertido.
Minutos después, sentada en mi cama, y con el libro exhausto entre mis manos, sentí un placer infinito y una libertad extrañamente deliciosa. Al levantarme al baño, descubrí frente al espejo que aun me colgaban pelos de la nariz y chorreaba baba por la boca. |