Las dos hermanas se odiaban a muerte. Eran gemelas; pero la una no se soportaba con la otra. Quizá por lo mismo, por ser tan iguales, “no podían verse ni en pintura”. La última voluntad del finado padre, las había condenado a vivir en mutua compañía en la casa paterna, si querían disfrutar de todos los bienes que les había dejado y que les correspondían por mitad.
Así que ambas hicieron “de tripas corazón” y se resignaron a vivir en compañía y de mutuo acuerdo. Pero esto era más utópico que cierto. Los roces, agarrones de greñas y uno que otro golpe, abundaban todos los días. El comedor parecía ser el único remanso donde podían mostrarse como damas civilizadas. No había otro en toda la casa. Comer bien era un placer que ninguna de las dos quería perderse y además éste, resultaba el lugar idóneo para ponerse de acuerdo en todos aquellos asuntos donde había que tomar una decisión conjunta.
Una noche, en que había que decidir sobre la venta de un terreno largos años abandonado, sucedió un detalle. Llegaron al comedor y como siempre, tomaron asiento en las sillas que las dejaban frente a frente. Es que ninguna de las dos quería parecer menos o más débil que la otra. Se miraron un instante a los ojos, y esa breve mirada estaba tan cargada del odio intenso que sentían la una por la otra, que las electrizó. Se levantaron ambas al mismo tiempo, como impulsadas por algo invisible; cada una colocó el respaldo de su silla contra la orilla de la mesa y se sentaron, quedando de espaldas. Sin verse. Liberadas en un momento de la visión de la otra. Aliviadas, conversaron así. Por primera vez en varios años, pudieron ponerse de acuerdo en casi todo y encontrar la solución más conveniente. Decidieron seguir intentándolo de esta manera; al fin y al cabo si tenían que soportarse, que fuera cuando menos encontrándose espalda contra espalda.
Con el tiempo, las espaldas se tomaron mutua simpatía y sus conversaciones fueron cada vez más productivas; quizá hasta un tanto lúdicas. Así, acabó por suceder lo inevitable, que la costumbre (¿o tal vez el amor?), logró que si los frentes de aquellas mujeres se odiaban, sus espaldas se volvieran inseparables.
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