Está el pueblo de Barberena no muy lejos de la capital. Inicialmente mi madre había sido nombrada directora de la escuela para niñas que comprendía (en esos días) nada más los primeros cuatro grados. Después de servir por tres años como tal, decidió abrir un colegio privado y mixto que incluyera párvulos (kindergarten o ‘jardinería’, creo) con grados quinto y sexto en donde inicié mis estudios. Colegio Santa Teresita.

Llegado el 15 de Septiembre, Día de la Independencia, las celebraciones en el pueblo se iniciaban con los desfiles escolares (las dos escuelas públicas y dos colegios privados) el Himno Nacional, marimba en el quiosco del parque, discursos patrióticos, etc. Fue idea de mi madre que en la misma forma en que en la tarde habrían carreras de cintas con adultos a caballo, los niños de párvulos tuvieramos tal carrera montando caballitos de madera.
Todo el pueblo se preparaba para gozar el momento desde los corredores de la Alcaldía y el parque, era una idea nueva.

De una barra horizontal colgaban las pequeñas cintas con sus argollas y cada cinta llevaba el nombre de una niña del colegio cuyos padres habían contribuido con pequeños premios. Todos los jinetes varones ansiábamos darle a la cinta que llevara el nombre de Elsita Krammer, muchachita preciosa, rubia de ojos azules (la única en el pueblo) hija de madre de origen alemán.

La competencia se inició entre el griterío de los concurrentes que nos animaban a los niños galopando sobre nuestros caballitos de palo. En el segundo intento logré acertarle a una argolla con mi lápiz. Me leyeron el nombre de la niña que me correspondió ¡Dios mío, qué suerte la mía! El nombre era la de la Tona, la hija de don Tin “Dulcero” propietario de una de las cuatro tiendas de Barberena, era una tienda de confites y tenía algo de pisto (dinero) pero la Tona era algo no muy bonita: alta, morena y bastante gordita.

En el corredor de la intendencia se hizo el acto de entrega de premios: cajitas con galletas, paquetitos de dulces, higos pasa, etc. envueltos en papel de China de colores. Mi decepción fue grande al recibir el mío, bastante chico, en una cajita dura y al abrirlo ¡A la púchica, que sorpresa! ¡Una pluma fuente Esterbrook con tres plumillas intercambiables : fina, media y ancha!l Mi primer pluma fuente cuando aún empezaba a escribir y era hasta verdecita.

Hijo de la directora a mi me tocó decir el discurso de agradecimiento a las niñas después que el público hizo silencio:

“Señoritas:
En nombre de mis amigos y el mío, rindo a ustedes las más expresivas gracias por los preciosos obsequios que han tenido la gentileza de otorgar para este acto cultural y les pedimos tengan la amabilidad de acompañarnos para brindar juntos con una copa de champán."

Vi a mi madre quien sonriendo me dio una mirada de aprobación ya que el día anterior me lo había pasado memorizando el primer discurso de mi vida, escrito por ella, por supuesto.
Copas plásticas champañeras fueron pasadas entre los niños quienes alzando las copas bebimos delicioso ‘ginger ale’ gaseoso despué de brindar "¡Salud!"
Vino luego la danza con las damas, dos pasitos para allá, dos pasitos para acá de un bolero, la Tona ya no se miraba tan feíta y bailamos al son de la marimba que tocaba:
“Pompas ricas de colores, de sabores seductores del amor las pompas soooooonnnn…”….
Llevé a la Tona a sentarse después de darle las gracias y corrí a enseñarle a mi madre, muy orgulloso, mi pluma Esterbrook verde mientras mostraba una gran sonrisa de “sholco” (recién había perdido mis dos dientes frontales superiores).
Me di vuelta a ver a la Tona, se miraba mera bonita la patojona (muchachona).