¿Dónde estabas cuando olvidaste la perplejidad de embarcarte en esta vida?
¿Seducida por cuáles fragancias fuiste envejeciendo junto a tus zapatillas gastadas que
desahuciaste una noche de noviembre?
¿Me oías a lo lejos o fingiste no hacerlo?
Mis susurros no fueron lo suficientemente ágiles para deshacer esas fragancias circulares
que te gusta citar los domingos a la noche.

Ignórame, ángel mío, véjame, no recuerdes mi rostro alucinado dibujando tu retrato
¡ay! sólo tu intento de retrato.
Tu presencia es tu castigo, tu presencia me llena de ausencias y reiteraciones.
¿Qué te aburre querida mía? Mis zapatillas gastadas están cansadas, pero aún quieren
divagar junto a mi; tuve un sueño y mil pesadillas. No quiero que te transformes en el
recuerdo de mi más hermoso espejo roto; me mataría la tristeza de ir uniendo cada trozo
de tu esencia. Te quiero entera, fuerte y bella como Antíope. No estás condenada como
Sísifo querida amiga ¿Qué pasa? ¿Qué temes?
Me dices que eres feliz, ¿pero entiendes que la felicidad atrae nuevas tristezas?
Eres una ciudad al atardecer, eres el horizonte púrpura de mi eterno retorno.

Tuve un viaje en el tiempo, y los rumores de la brisa matinal me dieron celos.
Sonreías y acariciabas un rostro desconocido. Me sumergí en las sombras y también sonreí.
Mis celos se desvanecieron y cayeron en forma de líquido por la alcantarilla de mis dolores humanos.

De vuelta al presente cogí y acaricié tu mano, practiqué vacilando una quiromancia desconocida y fracasé
al momento de mirar tus ojos. ¿Sabes lo poderosa que resultas ser ángel mío?

Pasó noviembre, pasaron meses y los años. Me pregunto si sabrán apreciar la dialéctica de tus ojos.
Es otoño, hay susurros allá afuera, las hojas caen. Siempre pienso en ti en otoño.
Quizá en otras vidas...quizá en otros cuerpos.