Iba caminando a tomar el tranvía, cuando sentí que mis pies pateaban algo, así que me detuve a revisar con la mirada el piso a mi alrededor, y fue ahí cuando vi que era una oreja. Una oreja! Te podrás imaginar la impresión que me generó. Dios mio! ¿A quién estarán torturando? – pensé. Quizás por lo que se veía limpia, sin sangre ni nada, me anime a recogerla con un palito de colombina que encontré en el piso. No te imaginas lo difícil que es el tratar de levantar una oreja haciendo equilibrio en la punta de un palo. Sin atreverme a tocarla con mis dedos, solo podía observarla mientras me preguntaba, ¿será real? ¿cómo carajos termina una oreja, real o no, tirada en la mitad de la acera? ¿la boto a la basura? ¿la reporto? ¿me la llevo para la casa? Increíble el tipo de preguntas que uno llega a hacerse frente a situaciones fuera de lo común.

Así que allí estaba yo, en plena hora pico, a dos metros de la estación, enfundado en mi abrigo de invierno, viendo como mares de gente me esquivaban para seguir su camino, mientras yo, inmóvil, hacia lo posible para evitar que la oreja cayera del palo.

Que mis gafas comenzaran a ladearse fue el primer aviso, ver colgando el audífono derecho de mi ipod sobre mi pecho me aterrorizó.