Así me siento, suavecita y ligera, en mis correteos sin pausa, casi de puntitas, así como caminan las geishas, suaves ellas, delicadas, con sus caritas empolvadas, así, justo así siento que mi mole de corte hispánico, mi cuerpo enorme –pero gracioso- va de aquí para allá.
Pasa que debajo de mi diáfana e inquebrantable armadura, bajo mi suave e iluminada sonrisa de aprobación, se esconden mis enanos miedosos, susceptibles, quisquillosos. Tirados en el piso berrean y patalean mis tiernos, caprichoso e inseguros enanos.
Pobres ellos, yo los paladeo como puedo, les regalo dulces, les acaricio sus cabecitas y les canto canciones, les acomodo verdades y les doy sermones – manía heredada de mi querido padre-, les pinto de colores la realidad, lo que sea con tal de que se calmen, y así poder seguir luciendo mi estupenda sonrisa pegada a mi grácil figura.
Hace poco me encontré con un gigante que me dijo que nos los escondiera, que los dejara salir, de a poquitos asomar sus cabecitas y tal vez dar un paseíllo por allí, para evitar que de tanto amordazarlos, se me sublevaran sin control.
Mientras lo escuchaba, pensé –Eehhh, no!- mejor los sigo paladeando.
Pero pasó que en la última revuelta, tanto se desahogaron que se apoderaron de mi, de mi!! y de mi hermosa armadura. Los muy enanos, pero bueno, no vale la pena dejar constancia de los desastres que hice, que digo, que hicieron. No! no viene al caso.
Lo cierto es que ahora corren y brincan, libres ellos. Aquí sentada, mientras le doy nuevo brillo a mi armadura, los veo. |