De la niñez antigua recordaba
-tan sólo-
la locura arrebatadora
de los grises pájaros alzando el vuelo,
el sonido sinfónico a mi espalda
de una luna plagada de grillos...
¡y los brazos, secos como ramas, tan morenos!

Rojos y violáceos fingían sin pudor
un cielo redondo circunvalado
por erráticos murciélagos ciegos,
una fragancia salada
en cada gota marina, que ya era playa,
y el trasegar inhumano
del desfilar de un millar de hormigas
soldado por el suelo.

Tropezaba con juguetes rotos
-que bostezaban de aburrimiento-
pero me hablaban en voz baja de sus sueños;
¡Hasta hubo un gato que en mi idioma maullaba
y siempre indagaba en las grietas de las rocas,
donde cada bicho hallado era un juego!

Si almacené esta memoria arcaica
fue por el miedo tenaz a olvidarla;
De cuando siendo niño, una vez tuve alas,
y aún volaba por un mundo sin murallas
y sin temor al miedo.

¡Y mira ahora, que no lo encuentro!

¿Dónde me guardé pertinaz el secreto
de esa niñez antigua y gastada?