Las luces nos cegaban, rojas , aún mas rojas por el rojo de nuestros irritados ojos.
Los riudos intensos, desgarrantes de martillos, yunques y estribos, vibrando cada órgano, cada célula, cada plasma humano. Tuve miedo, mi corazón igual, era tanto su espanto que saltaba desbordante para salir de mi pecho, buscando quizà un apacible lugar.
Me abrazó; yo, caía tambaleante sin que sus brazos pudieran detener la caida eterna, el polvo destellaba con los colores, nos envuelve y nos tornea, nos levanta y nos sofoca; me abrazó, y de mi boca congelada no salieron respuestas a sus ruegos y amorosas palabras, palabras rosas y lágrimas rosas que rodaban de sus ojos a su nariz, de su nariz a mis pómulos, de mis pómulos al piso.
Me abrazó; mas fuerte que nunca, quizo fundir nuestros pechos, fundir nuestros huesos, fundirnos hasta el alma; de repente todo negro, y el espacio profundo estaba ante mi , el universo expandiente, vacío sin galaxias, sin estrellas , sin nébulas, sin piedras volantes; solo un zumbido , zumbido maquinante, largo, preciso, una frecuencia recta , lo único cierto de toda la noche.

Conclusión: Nunca más vuelvo a fumar mota.