Para María. Nomás.

En torno suyo giraron las hojas húmedas que dejaron esos primeros días de aquel extraño noviembre. Los diciembres, siempre resultaron un prometedor momento. La cárcel decembrina no encerraba escenas de amor. Ni siquiera, los recurrentes sueños eróticos con mujeres sin rostro y sin cuerpo; bestias de carne ilusoria que atormentaban las deprimentes y calorinas tardes de modorra que acostumbraba desde el día en que ella se fue. Ya mero sería diciembre, se decía. Los charcos enormes, dejados por la lluvia, dejaban el rastro de la naturaleza fresca en el aire. Todos amaban ese olor a vida. La imagen que aquella mujer le evocaba, antes, durante y después de la trágica partida, era una imagen llena de placer autodestructivo que menguó su ya retardado espíritu. Espíritu nacido mediocre y marchito. Nunca concluyó el destino que hubiese preferido para ella: la muerte, o el abandono. Jamás decidió cual sería más doloroso. Al llegar a la plazita de aquel barrio, miró aquella niña, rodeada de las hojas húmedas de aquellos primeros días. La niña que una vez, hace 18 años, le regalara la primera de aquellas miradas bellas y paralizantes. Sus miradas se volvieron a cruzar; no había paralización, pero si brillo en los ojos. ¿La que se fue?...

Entre el mundo de aquellos extraños días de noviembre y ella, se acababa de romper un pacto.