Hoy era el momento
Sofía y Gonzalo caminaban a la escuela como todos los días, despacito, sin mayor apuro. Su hermano la tironeaba de la mochila cada cierto rato para que se apurara, pero a ella le gustaba tocar los arboles, mirar los pájaros, saludar a los perros del vecindario. Su mamá se había ido de la casa hace como dos años, desde entonces iban solos todos los días, su papá no pudo pagar más el furgón escolar, de hecho trabajaba muchas horas extras para que no les faltara nada y así era, pero había que ahorrar, ella tenía 8 y su hermano mayor 12.
Lo último que supieron de la mamá es que estaba en la costa, viviendo con unos amigos. Llamaba de vez en cuando para saber de ellos, Gonzalo nunca quería hablar con ella, a Sofía la ponía triste la voz de la mamá cuando se lo decía, pero a su hermano no se le pasaba el enojo con ella.
Sofía había escuchado a su papá hablar con el tío Rogelio una vez, le decía que su mamá no era feliz con ellos, que ya no soportaba la ciudad y la pobreza, que le había faltado amor para seguir luchando por su familia. Sofía había prometido entonces que no se casaría nunca. Tendría mucho dinero, no sabía aún como, pero así sería.
Antes de entrar al colegio, Gonzalo le repasó los nudos de las cintas de sus zapatillas de deporte, la abrazó bien apretado, Sofía comenzó a reír mientras le preguntaba por qué estaba tan cariñoso.
El la soltó despacito y le dijo que iba a ver a la mamá, que se fuera con los vecinos de regreso a la casa, que volvería pronto, no supo por qué, pero Sofía sólo se quedó mirándolo, cuando se alejó y subió al bus que llevaba al centro. Tampoco supo por qué no se lo dijo a nadie. Esa fue la última vez que lo vio.
El papá había ido a la policía, lo habían buscado por todo el país pero nunca lo encontraron. Sofía cambió desde entonces, ya nunca volvió a ser la niña feliz y despreocupada que era, su padre había tenido que hacer muchos trámites para que no le quitaran su custodia, el Juez de Familia, siempre pensó que era un error dejar a la niña con él, que la pérdida de su hermano era por su descuido, pero Sofía se había aferrado a su padre y no pudieron separarlos.
Hoy en la ceremonia de su titulación, su padre había llorado como un niño mientras la abrazaba, mientras su madrastra lo consolaba con ternura, su madre había asistido con su actual marido, pero a Sofía le costaba acercarse a ella, quizás todavía la culpaba de la desaparición de Gonzalo.
Entonces lo vio, después de 18 años, lo había reconocido de inmediato, parado al fondo del auditorio, la miraba sonriente y no estaba solo, llevaba un pequeñín de la mano y una hermosa chica con un bebé en brazos le acompañaba.
Sofía soltó a su padre y corrió a abrazarlo, al escuchar su voz entendió por qué nunca lo habían encontrado, un marcado acento argentino ganado al otro lado de la cordillera, lo miró llena de dudas, él, entre besos y abrazos, trataba de explicarle por qué no había vuelto.
Al llegar a la costa ese día, había visto a su mamá de la mano con otro hombre y supo que no la podría convencer para que volviera, así que vagó por muchos tiempo, durmiendo en cualquier parte, mendigando para comer, sin querer regresar a casa, hasta que conoció a unos arrieros en Los Andes y aunque a ellos nos les gustó mucho la idea de cargar con él, se les apegó y cruzó la cordillera. Uno de esos hombres, el más viejo, casado hace muchos años, nunca había tenido hijos, lo acogió y lo crió como tal. Gonzalo le había contado todo y también que no quería volver nunca más. El hombre le había sonreído con ternura y le había dicho que ya llegaría el momento de perdonar y de volver. Y hoy era ese momento.
Sofía abrazó al pequeñín y a la mujer de su hermano, tomó al bebé en sus brazos, mientras que Gonzalo se fundía con sus padres en un abrazo de mutuo perdón
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