El seminarista con capote oscuro. El que asaltó y mató a Iván del Toro. El seminarista de los ojos grises. Camina. Rastrea. Espía. Y ella sin él, sin Otoniel el más grande, apenas y piensa en la oscuridad de la noche, recapitulando con temor los detalles carnales a los que se entregó en las manos grandes de Otoniel el más grande. Ambos, ella y el seminarista, sin descubrirse la cara se desplazan por la glorieta bambina en que una vez cuando Glorieta fue niña, jugando y chapaleando en la fuente, se ahogó; pero sobrevivió sola, sin ayuda. El seminarista apresura el paso ocultándose detrás de los arrabales. La observa, frío, de repente dubitativo por su belleza. Y ella, jamás lo advertirá. Sus pensamientos evocan a Otoniel en la bañera, acariciándole la barbilla, las orejas, la espalda, ¡qué tembladera la suya!, pensando y gozando de los minutos gloriosos y pasados, de los cuales el tiempo y la noche la separan sin pasión, más bien con frío, con silencio, y otra vez con temor, más temor. El seminarista empuña la espada. Glorieta…, musita el nombre de la doncella haciéndola suya en los charcos de sangre que ve después de la media hora impuesta como regla. Estas horas son de octubre, 13 de octubre como cuando liquidó a Ugardo: Ugardo el sapo se había burlado y el seminarista no toleraba las bromas. Era un hombre serio, ceremonioso, respetuoso, casi tieso, era el seminarista con capote y ojos grises que ahora de puntillas se acercaba a Glorieta. ¡Glorieta, Glorieta!, desde el fondo de la cuadra se agrandaba una voz desesperada. Era Otoniel el más grande. El seminarista desapareció mientras Glorieta volteaba reconociendo la voz de su amante. Se abrazaron, se besaron, se enrollaron para siempre; y a la mañana siguiente el barrendero de Bamba, Plinio Apuleyo, tuvo que ser sometido a los viejos rituales purificadores de la señorita Bela, para contar ante el fiscal, los detalles de su vida después de la encarnizada vista. Otoniel el más grande y Glorieta la bella, habían sido inhumanamente descuartizados en la fuente, en que una vez cuando niña, Glorieta, jugando y chapaleando en la fuente, se ahogó; pero sobrevivió sola, sin ayuda. |