La playa estaba sin bañistas ese lunes por la mañana. Los lugares de estadía se veían desde lejos como adornos multicolores a lo largo del desierto de arenas blanquecinas, y las hileras de sillas desplegables semejaban fichas de dominó colocadas boca abajo.
Desde el pequeño puerto, entre las olas, podía verse los hoteles y los diferentes negocios bordeando el lecho marino, entre cocoteros y canas secas.
Llegó con un bulto transparente, semejante a una funda plástica gruesa, que dejaba ver parte de lo que contenía: una toalla amarilla, un pantalón de fuerte azul desteñido, una blusa verde de algodón, un frasco de crema para la piel, y un monedero azul claro en forma de carterín.
Cuando desplayó sobre la arena sus carnes de hembra apetecible, no tardó en llamar la atención de los que frecuentaban el lugar cada día en busca de pescar algunos dólares con los turistas de paso. Es que era bella, y ella lo sabía.
A pesar de su evidente sobrepeso, que no hacía más que resaltar sus aparentes dotes de insaciable perra sexual, se adivinaba todo por las facciones de su cara; sus ojos de mirar malévolo y provocador; sus labios rojos y carnosos; su pelo negro, de asiática herencia; el tono de su piel semi bronceado, y con un aroma exquisito a perfume costoso. Y su cuerpo... no, su cuerpazo ataviado sólo con unas tangas rosadas de florecillas rojas y brillantes, en el que no había un solo detalle que no llamara a poseerla despiadadamente.
El vendedor de mariscos se dio cuenta de inmediato. Se le arrebataron las hormonas mucho antes de verla. Su aroma le había llegado de antemano, como por un instinto animalesco y vulgar. Recordó que se había ido en blanco la noche anterior, y pensó que era el ron de caña fermentada el causante de aquellas reacciones diabólicas que le erizaba todo el cuerpo.Se le fue acercando despacito, buscando que no se diera cuenta de su presencia invasora, pero no pudo, ella sintió su mirada de perro realengo tragándosela por los ojos.
¿Qué quieres? - Preguntó de manera brusca-.
-Nada, pasaba por aquí vendiendo mariscos- contestó el vendedor, algo nervioso.
-Pues no te quedes parado y déjame ver que tienes ahí que me guste, tengo un hambre terrible- dijo resuelta la mujer.
El vendedor se inclinó ante ella, mostrando la bandeja con su oferta de mariscos. Al ver los senos desnudos de aquella voluptuosa mujer tan próximos, no pudo contener la lujuria que le brotó de sus ojos ante tal escena.
-Mira, deja tu nerviosismo, y déjame ver qué desayuno, que ayer me acosté tarde y no cené gran cosa. ¿Es que tú nunca has visto una mujer "encuera" en la playa?- le reclamó sin miramientos al vendedor.
-No tan…buena como…- le contestó turbado y algo atrevido.
Tomó los preparados de mariscos de la bandeja y comenzó a llevárselos a la boca, mientras degustaba con deleite su sabor con sazón criollo.
El vendedor la miraba con desfachatez en ese momento casi íntimo en que estaba justo a su lado. – ¿Usted es de por aquí?- preguntó, mientras la veía probar un bocado de tentáculos de calamar.
-No, pero estoy trabajando hace unos días por aquí cerca, en Casa Pancho- contestó, al momento en que el vendedor desorbitaba sus ojos y abría la boca al oír aquello.
Ocurría que Casa Pancho, era una reconocida Casa de Citas a la cual acostumbraban a ir los parroquianos del lugar más acaudalados, así como turistas extranjeros en busca de placer.
-Por lo que veo debe irte bien, eres una mujer muy linda y llamativa- dijo, ya metido en confianza.
-No me quejo. Soy una de las que más gana entre todas las muchachas- le dijo, al tiempo que volvía a degustar otro bocado, ahora de camarones.
- ¿Y es muy complicado el trabajo?- preguntó el vendedor con algo de sarcasmo.
-Si supieras que disfruto mi trabajo. Todo lo que hago lo hago porque me gusta, y todavía no he tenido un solo cliente que se queje de mis "servicios"- contesto con desfachatez.
-¿Y se puede saber a cuantos clientes atiendes en una noche? peguntó atrevido el vendedor.
- No a muchos. En lo que llevo no he pasado de cinco, pero si aparecieran, te aseguro que puedo atender a más de quince; pudieran ser unos veinte, pero uno a uno, eso sí. - contestó con seguridad.
-¿Y cuanto te pagan esos clientes?- preguntó nueva vez, con un tono lleno de alevosía, mientras los diablillos de la codicia comenzaban a remolinarse a su alrededor.
- A mi no me pagan los clientes; ellos le pagan a la caja tres mil pesos por salida, y a mí me tocan quinientos pesos de esos- dijo.
-Mira... ¿que sólo te dan quinientos, y el resto se los queda el dueño del negocio?- preguntó sorprendido el vendedor, mientras incubaba una idea maligna salida del averno.
-Así mismo es. Pero no creas, también me hacen mis regalitos de vez en cuando; los clientes son muy bondadosos conmigo- concluyó.
- Oye, no sé qué piensas, pero yo creo que una mujer como tu puede pedir por esa boca, y no hay hombre que no le de todo lo que quiera. Mejor ponte a trabajar por tu cuenta y tú vas a ver que te vas a hacer millonaria.- dijo el vendedor, mientras un hedor a azufre envolvía el ambiente.
-Eso es muy difícil. Imagínate si alguien quiere hacerle daño a una, no sabría como defenderme. Eso sería lo mejor, pero no es seguro.-dijo.
- Te voy a proponer un trato, a ver qué me dices, sí.- Preguntó el vendedor, con su idea ya terminada.
- ¿De qué trato es que me hablas? Mejor déjame desayunar tranquila y no hagas planes conmigo.- contestó simulando algo de molestia.
-Es un plan que tengo, mujer. Tú dijiste que puedes estar hasta con veinte si es uno a uno. ¿Fue eso que me dijiste, verdad?- preguntó nueva vez.
-Si eso dije, y es la pura verdad, pero eso a ti no te importa.- dijo.
-Pues mira, con mi plan no vas a tener que darle ni un solo centavo a ninguna de esa gente, y todo lo que consigas será para ti; eso sí, a mi que te voy ayudar debes darme algo para los fines de semana.
-Habla a ver- Inquirió.
-Tú ves esa enramada de al lado?, pues sólo tienes que acostarte ahí adentro, que las pencas te tapan, y déjame el resto a mi.- le dijo, al tiempo que la ayudaba a levantarse, totalmente dispuesta a someterse a la voluntad del vendedor.
El ambiente empezó a ponerse extraño, y la mañana se nubló de cúmulos negros, cubriendo el sol.
Desde lejos, podía verse la hilera de gente que se fue formando frente a la enramada.
Llegaron vendedores ambulantes, camareros, turistas trasnochados; llegaron hasta en motores de las comunidades cercanas. Todos dispuestos a no perderse la oportunidad de participar en aquella excitante sesión pornográfica.
La lujuria los envolvió por completo, y las escenas de pasión se fueron repitiendo uno a uno, tal como habían dicho. La fila se fue extendiendo, llegando a más de veinticinco almas las perdidas en el infierno.
La mujer no fue vista jamás después de ese día. Preguntaron por ella en la Casa de Citas; nadie la conocía. Durante un año completo, el vendedor no dejó de pasar por el lugar con la esperanza de volver a verla, hasta que casi se olvidó de ella.
En el pueblo, una rara enfermedad estaba haciendo estragos, mientras hombres y mujeres morían sin encontrar una cura para aquel mal.
Enflaquecido, el vendedor empezó a contar los conocidos por él, y que habían muerto de semejante forma. - Déjame ver: Papito, el Camarero; Santiago, el Cocinero; Bartolo, el Motorista; Andrés, el pescador... ¡cooñooo!- exclamó al darse cuenta que los que habían muerto tenían algo en común; todos habían sido parte de la fila, y él era el último.
FIN
© Pablo De Jesùs Martinez T.
(Dominicano)
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