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Y luego, cuando desciende la noche, debo tenderme intranquilo en el lecho, y ni aun allí encuentro reposo alguno, pues fieros ensueños vendrán a llenarme de sobresalto.

Fausto, J. W. Goethe



Algo en aquellas criaturas figuraba las aves. Intuyo que la clave para descifrar su naturaleza es dudar. La deducción metódica, al cabo de una serie finita de actos, revelará el sentido y razón de ser de las caóticas informaciones. Sin embargo, no dejo de estar consciente que de alguna forma mi expectativa puede catalogarse como una esperanza.
La actividad del espíritu me creó sensitivo. Veo, escucho, siento, y ante todo sé. Pero hasta hace muy poco, ¿tiempo le llaman?, noté que algunas imágenes interactuaban a intervalos regulares. De mi incapacidad para deducir su relación y significado inferí con pasmosa decepción que el conocimiento en mí está limitado por la esfera frágil y efímera que me contiene. Mi anhelo y motivación es la esfera próxima. Pese al riesgo de aterrarme, porque no ignoro la posibilidad de resolverlo(1), prosigo mi búsqueda.
El recuerdo de lo que se ha empeñado en creer que fue un sueño de la infancia parece ser el origen de todo. Miró a su hermana menor hurgar entre los trastos viejos de la cocina. De una de las puertas torcidas del gabinete salió algo semejante a una gallina colorada, le habló, más bien le ordenó: “¡Cómeme!”, ella la atrapó de un zarpazo y con la mano izquierda le clavó un tenedor en el buche. La maldita gallina lo miraba mientras la niñita le roía las entrañas, parecía que su pico se torcía en lo que aún creemos que fue una sonrisa cínica. Corrió lleno de pavor. Subió en un respiro los tres pisos de la casa materna. Al abrir la puerta que da a la azotea, escuchó la carcajada demoniaca. “La voz sólo podía provenir de un ser descomunal y feroz. Huí. En la estancia del segundo piso junto a la puerta de mi habitación, recostado, como suelen estar las esculturas de esas bestias, descansaba el león”. La rojiza melena del animal se agitaba por efecto de un imperceptible viento, en tanto, el niño asustado se resguardaba en las oraciones que le habían enseñado sus padres. “Le grité el nombre del Creador y el de su hijo el Vencedor. Pero la infame criatura me respondía con estruendosos rugidos que me azotaban contra los muros de la casa”.
Me oculto a su sapiencia. Cuando él sueña la vida, lo exploro. Ignora que sé lo de la bruja de largos y huesudos dedos. No quiso discutirlo conmigo. Afirma que es un recuerdo intrascendente. “Quizá la repercusión de un filme de terror, en aquel tiempo me gustaban”, se equivoca. “Caminaba sobre un sendero estrecho, una especie de listón negro. Sabía que debía ascender; el camino se hacía sin esfuerzo. Anduve una eternidad sin fatiga. Al llegar a la parte alta de aquella oscuridad, pude divisar una construcción sombría y antigua que se proyectaba hacia el cielo embravecido. Me esperaba. Ella…”
Intenta ocultar que era una mujer muy hermosa, pero con el corazón de una perra. Su imagen seductora quiso negarse a mis ojos escudriñadores, no obstante alcancé a verla con el destello de un relámpago, aquel recuerdo está lleno de relámpagos. Era dos hombres de alta. Vestía una fina capa de plumas negras que brillaban ante la mínima luminosidad. Lo abrazó al llegar. La claridad de una luna se filtraba por el cristal del tragaluz, su pecho desnudo mostraba la cicatriz, los ojos vacíos de la infernal mujer se clavaban en sus ojos de niño petrificado. Los alargados dedos bailaban sobre el pecho del muchacho. Con las uñas filosas dibujó en la piel simétricas geometrías que para él nada significan. Reconocí al momento la constelación de Libra. El recuerdo termina con un fluir de sangre y un grito.
Poco importa mi condición. Mis deseos y esperanzas sólo ven la luz a través del inesperado umbral del tropiezo (2). Efectivamente ejercito la resignación. Pero se sorprendería al saber cuánto de mí hay en él. En esencia su memoria es el aliento de mis días. No me molesta aceptar que lo envidio, porque él contempla los pensamientos del Espíritu aun sin saberlo.
Existe, entre sus recuerdos lejanos, uno que ciertamente me desconcierta. “Estaba en un bosque de sombras que parecían árboles y otras más densas que semejaban arbustos, cuyas ramas alcanzaban la cintura. Estaba sólo. Me refiero a que no había otro ‘hombre’ en esa arboleda sombría. En compensación a tan benévola ausencia el dronte dejó verse”. El dronte, como él lo llama, era un ave negrísima de baja estura, rolliza pero veloz que corría entre la cerrazón de los matorrales camuflándose. “Cada tanto detenía su carrera para no agrandar la distancia entre nosotros, volteaba la cabeza, el enorme pico se curvaba hacia el suelo, sus ojos de carbón ardían mientras se sacudía el hollín del plumaje. Luego de una indefinida sucesión de actos le tenía cerca, planeé saltar sobre él para atraparlo. El dronte logró escabullirse de entre mis manos, pero no se alejó lo suficiente como para perderse entre las sombras. Noté, luego de tocarlo, que podía asir la penumbra que me rodeaba, primero como un fino humo negro, luego como si las tinieblas fuesen de terciopelo. Entendí que la negrura obedecía mis pensamientos y comencé a hacer con ella toda clase de objetos para atrapar al dronte. Le arrojé una lanza; hice que de sus pies brotara una red: logró evadir ambas. Se detuvo mientras continuaba mi cacería frenética, me miró con gesto apacible. Me esperaba. Entonces, cuando ya lo tenía al alcance de las manos, se disolvió en el negro más profundo que la mente pueda imaginar provocando una reacción en cadena que hundió el suelo, el bosque, mi cuerpo y pensamientos en una especie de ceguera total. Refracción de la oscuridad. Creo que experimenté la muerte”.
Luego de aquella ocasión que ingenuamente asocia con el fenecer humano, tuvo dificultad para distinguir entre las realidades de su propia psique. Llegué a notar en él una ofuscación tremenda ante la imposibilidad de diferenciar lo real de entre lo real. “Estaba parado en el interior del marco de la puerta entre el recibidor y la mesa. Esa maldita voz era la de Satanás, me susurró cosas indecibles al oído. Tomó posesión de mis extremidades y de mi boca. Yo era un títere en manos de aquel ser poderoso y atroz. Me obligó a presenciar mi muerte suicida, el sangriento acto, la putrefacción de mi cuerpo, los gusanos y los escarabajos. Paralizado por el dolor alcancé el grado más alto de desesperación. Desde dentro, decía a cada una de mis células una y otra vez: ERES MÍO, ERES MÍO, ERES MÍO”.
Sufrió fiebres y vómitos tremendos hasta que logró separar la verdad y falsedad de aquellos hechos. El archivo estaba revuelto. Lo organicé lo mejor que pude; llevome años de fatigosa asignación de fechas, nombres, etiquetas y correcciones de fuente. Al saber la verdad, halló un poco de paz y curó gran parte de su enfermedad. “Cuando me mostraste la realidad Él se vengó de mí”. No mintió, porque vi en el espejo que tenía la marca de una bofetada y la memoria de un dolor.
Dice aquí que, desde temprana edad, tuvo especial interés en las artes oscuras; practicó durante su juventud la cartomancia, la hidromancia, la quiromancia, la interpretación de los sueños… Incluso llegó a organizar sesiones espiritistas. La lectura de las cartas españolas era de su total dominio. Su habilidad era tal que existen registros y testimonios de la exactitud de sus pronósticos, entre ellos un aborto, un abandono y la corrupción de una menor. “La adivinación me llenaba de regocijos y de informaciones estimulantes. Con la lectura de mi mazo de cartas, hice amigos y enemigos espirituales. Todo lo que salía de mi boca durante una interpretación provenía de no sé qué regiones de mi pensamiento. Algunas veces alcancé el trance y el viaje astral. Dejé de practicar luego de la advertencia del Espíritu”.
Se refiere a un recuerdo cuyo origen es incierto, la información al respecto es clara en cuanto a contenidos, pero pobre en referencias. En las imágenes que componen el recuerdo, según el orden que les he dado (3), lo observo dando la vuelta a una mesa de corta estatura; sobre la mesa se extiende a sí mismo un pergamino que al desenrollarse muestra dos arcos de letras, otro de números, en las esquinas superiores el dibujo de dos astros acompañados de dos respuestas. Flota sobre la mesa una rojiza llama no mayor a la producida por una vela. Él se acerca a mirar la luz, ésta crece y al instante emerge de ella una mano flamígera incombustible que señala una secuencia. “Una advertencia”. Al seguir con detenimiento los movimientos de la mano, tras una larga serie de interpretaciones equivocas, pude discernir el mensaje: DORMIRÉ-CONTIGO-HASTA-VOLVERTE-ESQUIZOFRÉNICO.
De modo que este recuerdo ha venido a modificar su destino y quizá el del muchos. El miedo a la locura lo mantiene alejado de las mancias y otras suertes diabólicas. Su conducta ahora es lineal y predecible. Pero sé, con toda seguridad, que el deseo de conocer las otras esferas no le es indiferente y que esta secuencia de actos privativos resultará en práctica fervorosa en un futuro no muy lejano.
Los trastornos mentales inherentes a las prácticas ocultistas dejaron su rastro en algunos recuerdos. Cuando tuvo oportunidad de informarme de la quimera de los hipogrifos no pude sino sentir lástima de su mente perturbada. “Desde lo alto de una colina los miraba. Podía sentir el pasto seco y la polvareda. Me dio la impresión de que peleaban. Eran dos. El más grande era pardo, una mezcla de caballo y águila; el pequeño era cenizo: león y lechuza, si la memoria no me falla. Al rodar sobre la tierra alzaban un polvo finísimo que nublaba la mirada. Las garras afiladas, los picos puntiagudos, las alas batiendo el aire… Belleza y violencia. Aladas máquinas de guerra. Homicidas. Las bestias se amenazaban con chirridos lastimosos que elevaban mi cobardía a inconfesables niveles. Sus cuerpos en momentos eran una sola mole de plumas erizadas. Las cabezas se separaban de los cuerpos y se movían libremente de un extremo a otro; aparecían impar número de patas; y las alas hacían inesperados movimientos. Pese a lo fantástico de los sucesos, me fue difícil advertir que soñaba”. Las imágenes tienen connotaciones evidentemente sexuales; una especie de estulta inocencia le impide deducir que las bestias copulaban.
Paraíso. Conversamos como amigos. Nunca creí que me compartiría con animosidad los detalles de las aves preciosas, secreto celosamente guardado. Su mente es formidable, ha sido capaz de engendrar criaturas voladoras de abrumadora belleza. Las imágenes que estudié mostraban vívidos colores, sedosas texturas y siluetas graciosamente limadas. Metales y transparencias. “Aunque nunca antes había estado ahí, recorrí los senderos con andar de quien sabe a dónde va. Me sentí en casa. Apenas tuve ocasión de completar una cadena de actos bastante limitada”.
Habló largamente del jardín, de las volutas y de los arcos. “Tomaba el fresco a la sombra de un árbol frondoso cuya copa estaba cubierta de flores color índigo. De las ramas colgaban frutos de buen tamaño. Quise tomar uno para saborearlo, pero al momento se desdobló en una preciosa ave amarilla de reflejos dorados. Ella me dijo, en una lengua desarticulada, te esperaba.” El recuerdo lo hace sonreír. “Entonces, cuando estaba a punto de revelarme su arcano, los frutos cayeron al suelo transformándose en faisanes pajizos que corrían como un río junto a mis pies. El árbol extendió con elegancia sus ramas hacia el cielo. La altura de su copa me hizo pensar en una escalera”. En las imágenes de este recuerdo presiento la gravedad de mi ser. No compartió el final de la historia, de modo que no logré ordenar las imágenes y las sensaciones de aquella reminiscencia. Tuve que conformarme con una baraja de recuerdos y la posibilidad de una amistad impropia.
“Pude ver el Secreto de los Secretos. Fui invitado a la reunión de los ancianos. Eran unos depravados seniles que atesoraban el libro de sus ancestros. El vital manuscrito crecía con cada celebración. Nunca había sido leído en su totalidad; para ellos la información en él contenida era una evidencia de la fuerza cognitiva del Espíritu y nada más. Los sentidos del texto estaban, según ellos, reservados para el depositario psíquico, único traductor de las revelaciones. La ciencia de la escritura diabólica consistía en el desnudo, el coito grupal, la inhalación de drogas compuestas y la escritura automática”. En momentos se le quiebra la voz, el recuerdo es turbio y ruidoso. “Me dejé llevar por la caricia de una anciana y la mirada lasciva de un sátiro de bronce. Inhalé de una delgada pipa el humo adormecedor. Entonces fue que escuché la voz”. En las imágenes se le ve de la mano de una anciana de carnes flojas. Lo conduce a una lúgubre habitación reducida. Hay una mesa y sobre ella una vela de cera tiembla repetidamente; próxima a la vela, el libro; y cercano a éste, una calavera humana antiquísima. Comenzó a escribir los dictados del Espíritu. “De la belleza de las aves, siete son las doradas formas de la realidad. Tras los ojos de la perra alada está el pico que se curva hasta el cielo, no es el camino. La escalera eres tú, el peldaño para el pie es el corazón. Ascender es caer, caer es reafirmar el ascenso. El nido del colibrí es la resplandecencia y la oscuridad es oro rojo. La muerte con sus ojos de rubí mira atenta. Has topado con el tigre, sabes demasiado, su hedor es innegable. Te esperan el sueño tenebroso y sus habitantes. En el bosque de líneas navega el silencio y el aullido. La fiera está entre nosotros. El otro te busca y planea su materialización. Le apeteces a la bestia. El escalofrío lo desvelará todo”.
Se ha apartado de mí, afirma que lo he manipulado para hablar de cosas inconfesables. Me acusa, pero no lo necesito tanto como él cree, el archivo me permitirá hilar el resto.
Terminó de escribir. Su cuerpo desnudo cayó sobre la masa humana; compartían caricias de prominente lujuria. Entre pechos secos y miembros impotentes, sonreía. La droga había alcanzado su propósito. Un anciano clavó una gruesa aguja en su hombro y él ni siquiera se inmutó: está listo, dijo. Ante una hornilla se atizaban angelicales figuras de hierro, círculos, espirales y estrellas: sujétenlo.
El archivo restante, aunque incompleto, muestra un encuentro fortuito en un cruce de caminos y un diálogo nervioso. “Eres mi único amigo en la vida, el único que puede entender mis manías. ¡Ayúdame!” Se horrorizó cuando le mostró lo que le habían hecho. Lo vio cubierto de quemaduras en pecho y espalda, con una delicadeza atroz le habían marcado los brazos. En el recuerdo no hay más que dos imágenes absolutas: el rostro desfigurado del que mira y el músculo calcinado de un hombro que deja ver el hueso (4). Continúo indagando.

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[1] Contémplese la posibilidad de una reacción adversa necesariamente catastrófica que imposibilite la continuidad espacio-temporal de sus personas.

[2] En momentos, su energía se acumula lo suficiente como para controlar las acciones del otro. Tras manifestarse, lo deja sumido en la más viscosa de las vergüenzas.

[3] En el caso de no contar con las referencias espacio-temporales necesarias para la correcta organización de los datos, prosigue con escrupuloso método deductivo.

[4] La información permitirá dar seguimiento a la historia, cuando el sujeto facilite el acceso al archivo original.






Antonio Carrillo Cerda

PDF Disponible y gratuito en:

http://es.scribd.com/doc/139451213/Figuraba-Las-Aves-Antonio-Carrillo-Cerda-2013

Texto agregado el 04-05-2013, y leído por 147 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-05-2014 Está super tu cuento. Por momentos la historia se vuelve tan tétrica (por lo bien narrada que está) que te confieso tuve miedo de seguir. Tomé valor y llegué al final, no me arrepentí. Te felicito por tu capacidad con el lenguaje. vaya_vaya_las_palabras
05-05-2013 !!genial! he de confesar que me llamó la atención un escrito de 1 palabra (así figura en el HOM) nunca había visto una palabra de tal magnitud, pero ha valido la pena. elisatab
04-05-2013 dejemos volar la imaginación.... pensamiento6
 
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