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“EL CAFÉ DE LA SUERTE”
Fue muy conocido en el centro de Buenos Aires, en la city porteña precisamente, se llamó “Café de la suerte”, sin ser lujoso era un lugar suficientemente elegante y distinguido. Allí concurrían los hombres de negocios; desde inversionistas, operadores de la bolsa y agencieros hasta timberos y burreros. Tal vez seducidos por el nombre del bar, ésta era su selecta clientela, buscadores de ese golpe de suerte que les cambie la vida de un día para otro. Yo, siempre desde mi mesa en mi recoleto rincón, observaba con un eterno café, una lapicera y un cuaderno de apuntes todo lo que pasaba por allí. Era un paciente buscador de historias, pero mientras esperaba algo interesante, me divertía con la ocurrencia de un grupo de típicos graciosos, que como asiduos concurrentes del lugar ponían en práctica cada vez que entraba un nuevo parroquiano. Nunca se supo si esta idea fue de estos conocidos caraduras, o del propio dueño del local para atraer siempre gente nueva. El asunto es que inspirados seguramente por el nombre del café, inventaron el siguiente mito: Sostenían que allí había una “silla de la suerte”. Que premiaba a quien se sentara en ella con amor, fortuna y larga vida. Por supuesto este embuste estaba bien organizado y tenía a uno de los mozos como “encargado de custodia”, el japonesito Chún-Li, quien con paciencia oriental debía someterse a él.Virtualmente era quien disponía de ella cambiándola de ubicación en las mesas, cosa esta de sumarle credibilidad día tras día que pasara. Y sus artífices también ponían de lo suyo por reafirmarla como cierta y fidedigna; cuando uno de ellos estaba apunto de elegir su propia silla, y para que su existencia llegara contundente a oídos de algún desconocedor del susodicho enigma, a viva voz y de manera socarrona se dirigían a él así:
“-Ché, Chún- Li -¿Es ésta no?” Cosa que este reaccionara inmediatamente, y con paso presuroso se acercara a esa mesa, tomara la silla más próxima y después de golpearla contra el piso, con inocultable fastidio contestara: - ¡ no siñó, éta é- Y ahí todos aplaudían por esta "suerte" de sentarse ahí.
“¡Pobre japonés !” pensaba yo. “De paso se mofan de él.” Le habían encomendado jugar el papel más antipático de esta farsa. Y a sostenerla a raja tabla mientras soportara este empleo así, ya que más de una vez amenazó públicamente con que: -Mi volvé a kapón!...¡Mi volvé a kapón!
Si embargo aguantaba, pero pasado un tiempo yo mismo pude percibir que la magia inicial de esta leyenda se iba diluyendo junto a su magro resultado. Ya bastardeada con tantas bromas y tomaduras de pelo había perdido la seriedad necesaria, y flaqueaba su continuidad. Y yo como escritor que soy, buen observador del comportamiento humano, puedo asegurar que lo peor que le puede pasar a una creencia es que nadie se la tome en serio. Vaticinaba su debacle y llegaría antes de lo que pensaba, al día siguiente mismo. Cuando estos chistosos de siempre invitaron a su mesa al gordo más ricachón y renombrado de la zona que entraba por primera vez, quien por educación aceptó de buen agrado sin saber lo que le esperaba... Al rato, apenas después de que lo pusieran al tanto sobre la silla de la suerte, por semejante ingenuidad, o tal vez porque amor y fortuna le sobraban, y para la larga vida le faltaba mucho, se lanzó a reír a más no poder. No obstante, ante la insistencia de estos sinvergüenzas se vio obligado a hacer la consabida pregunta al japonés; Éste ya cansado de esa parodia, pero esta vez conteniendo su desgana, se le acercó con atildado andar, y acariciando el respaldo de esa silla bien ocupada, con la mejor finura pero con una pizca de ironía en los ojitos, le dijo:
“_ Si siñó... éta é no má, donde tá sintao uté, - El gordo no pensó y explotó en una risa voluptuosa e interminable, y los demás lo acompañaron gratuitamente. Su voluminoso cuerpo se movía como un flan en cada carcajada, y las patas traseras de la silla también, temblaban al mismo ritmo cada vez él se echaba hacia atrás. Hasta que bajo descomunal peso no soportaron más y se quebraron con un crujido que al instante dejó mudos a todos, especialmente al gordo, quien manoteando el aire cayó de espaldas como una bolsa de papas, y el fuerte golpe en la nuca lo dejó ahí nomás, como un gran y distinguido muerto que ya era...
Después de aquel infortunado día, los desconcertados parroquianos se vieron inmersos en una impensada discusión. Lo ocurrido dividió a los seguidores de la leyenda en varios grupos, según sus distintas opiniones. Algunos se mostraron defraudados en su buena fe directamente. Ya que para ellos el nombre del bar ahora no parecía dejar bien en claro si se trataba de buena, o mala suerte. Otros sostenían que inicialmente bien pudo tratarse de dos sillas en cuestión, y que la de la mala suerte había sido apartada convenientemente en algun lugar apartado , pero que una equivocación del japonés promovió ese desenlace fatal. El resto estaban tan confusos e indignados que optaron en no opinar nada y olvidarse del asunto lo antes posible... Obviamente, la tan vapuleada leyenda se diluyó del mismo modo como la controversia que se había originado. Y todo quedó en la nada, en tensa calma, en un receloso clima… Chún –Li si poco hablaba antes, ahora ni siquiera se defendió. Las acusaciones le llovían hasta de sus propios colegas. Fue acusado de inepto, negligente, hasta de traidor a esa noble causa que les aseguraba continuidad laboral a todos ellos... De más estará decir que sin aquel cautivante misterio de la cuestionada pero codiciada silla, más la atmósfera enrarecida por el mal humor de los empleados, poco a poco los clientes genuinos se fueron alejando de ese Café... Y que esta situación prolongada en el tiempo sin más, obligó a su dueño a cerrar el negocio definitivamente para él.
Por mi parte, sin encontrar otro lugar donde poder rescatar mis mejores historias, decidí escribir este curioso e infortunado suceso como una manera de homenaje a tan desgraciado episodio… Pero poco antes de llegar a su final me detuvo una intuición; Algo me decía que debía volver a ese viejo y tradicional y extrañable Bar.…
Y fue una grata sorpresa encontrarlo nuevamente abierto. Tal vez con otro dueño –pensé- Porque habían cambiado su aspecto exterior, ahora más sencillo y austero, sin aquellos adornos que lo distinguía. Con un cartel en la vereda bien visible llamaba a la gente con: “Un café con medias lunas 2 Pesos”. Y por la cantidad de personas que entraban y salían me di cuenta que la reapertura del negocio ya era un éxito total.
Crucé, y desde la vereda misma, a través de la vidriera eché un vistazo a su interior; Estaba muy distinto adentro también. Todos de pié, cada uno frente a una larguísima barra apurando un café con medias lunas, o engullendo un sándwich y consultando el reloj a cada instante. Era otro público, gente sencilla, sin saco ni corbata y portafolios. Eran obreros y empleados, cuya suerte ya la tenían echada,ni mala ni buena. Simples trabajadores con la única preocupación de conservar ese trabajo en el mayor tiempo posible…
"Esta historia puede terminar acá mismo", me dije, pero decidí entrar... Y apenas traspuse la puerta me quedé plantado ahí nomás. Instintivamente mi mirada fue al antiguo rincón buscando mi mesa de siempre; No estaba, ni siquiera había una en todo el salón, sólo esa barra que dije. Pero quién podría ser detrás de ella como cajero; El mismísimo japonesito, que ya era más japonés que cualquiera de por ahí cerca. Estrenando traje de nuevo dueño atendía ahora con inédita y flamante cordialidad y gusto. Al verme lo saludé con un gesto breve, y él respondió de igual forma como acostumbran ellos, ceremoniosamente. Sin embargo en ese momento supe que ése, ya no sería mi lugar, todo allí pasaba fugazmente. Todo era tan pasajero como difícil de capturar. Imposible de armar otra historia y escribirla en esas condiciones tan vertiginosas. E incómodas, ya que ni siquiera podía confiar en que mis piernas me soportarían demasiado tiempo parado en un mismo lugar. Este pensamiento me había abstraído lo suficiente como para no darme cuenta enseguida de que un detalle muy llamativo había sobre una pared: En el fondo del salón se exponía colgada dentro de un exquisito marco con fondo de terciopelo rojo, aquella silla rota. La de la mala suerte, la nefasta o la equivocada, la de la discordia que le siguió. Que ignorada por los nuevos parroquianos permanecía en ese sitio simplemente como única y original decoración, sin significación alguna que atribuirle.
Ya a punto de retirarme,sorpresivamente alguien de los que estaban en la barra de espaldas a mí, se dio vuelta y me saludó con visible amargura en la cara. Yo respondí instintivamente, más cuando adiviné quien era, mejor dicho quienes eran, me sorprendí. Eran los graciosos de siempre, los únicos que habían vuelto, y que ahora parecían tristes fantasmas de un pasado divertido. Ellos y yo, éramos los únicos del lugar que sabíamos el verdadero significado de lo que estaba en esa pared... Al cerrar la puerta tras de mí, convencido de que ya no volvería nunca más, con éste último episodio di por terminada para siempre esta increíble historia de un café con sus vivencias. Y a modo de despedida final, ya desde la vereda de enfrente, con los ojos nublados por una incontenible congoja eché la última mirada a ese lugar tan entrañable... Y me pareció que el cartel era más largo ahora. Sí, miré bien, detenidamente. El japonés, muy a la altura de su inteligencia se había encargado de explicitarlo mejor, tenía una muy buena razón para ello, y entonces lo leí así:
“Café de la Buena Suerte”. Ya no quedan dudas, me dije, y me alejé feliz...

Texto agregado el 03-05-2013, y leído por 199 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-05-2013 Relato con picardia porteña, ja ja ja! MUY bueno!!! efelisa
04-05-2013 Es lo último que leo hoy, me voy con un estupendo sabor de boca. Gracias... yar
04-05-2013 Auuuuu !!!!! riquísimo texto hermano y para mí que recién me esfuerzo en escribir una valiosa lección, esa parte de ser observador para generar historias, lo aplicare a raja-tabla... ji ji ji Un abrazote amigoooo!!! Cinco aullidos P.D. Son aullidos suaves... no te espantes. yar
04-05-2013 Daniel, este relato es muy, muy bueno. Te lo aplaudo de pie. Una redacción ágil, amena y una historia que si es ficción se vuelve real en tus palabras, mandame la dirección que me voy a tomar un café. Espero que no hayan subido el precio. necoperata
 
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