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Cuando Claude comprendió que habían perdido al resto del equipo en el infinito valle nevado, imaginó que no verían el amanecer. Cuando perdió el control del automóvil estrellándose contra un árbol en medio de aquella terrible tormenta de nieve, la suposición se volvió una certeza. La radio estaba muerta, no llevaban provisiones, la ventisca golpeaba los cristales del vehículo como si tratara de convertirlo en una tumba helada. De no haber sido por lo que ocurrió después ese hubiera sido el final para él y para su prometida, Jane.
Fue ella quien divisó a lo lejos la figura de un castillo que se levantaba sobre el inhóspito terreno como un gigante moribundo. La silueta de la estructura podía apreciarse gracias a varias luces que ardían a su alrededor como fuegos fatuos. Viendo que no tenían otra opción decidieron atravesar la a pie a través del valle. Abrigándose como pudieron salieron del vehiculo para desaparecer en la blanca inmensidad.
Ambos eran parte de un equipo de grabación que realizaba un programa sobre leyendas para uno de esos canales de televisión baratos. El verdadero sueño de Claude era convertirse en director de cine, aquel proyecto era una forma de pagar su último año de estudio. Fue durante una de las primeras reuniones del equipo que conoció a Jane, una hermosa joven de larga cabellera blanca y ojos azules. Al poco tiempo descubrió que tenían mucho en común, ambos jóvenes, sin ataduras, no tardaron en enamorarse. Claude impulsivo, le pidió matrimonio a los seis meses. Todos en el equipo festejaron a la joven pareja con una pequeña fiesta hacia no más de una semana.
El proyecto que estaban llevando a cabo para el canal resultó desde el principio muy complicado. No solo por el traslado en ese territorio de nieve eterna sino también por los lugareños. No importaba cuantos poblados de los muchos que había en los alrededores del valle visitaran, la respuesta era siempre la misma. Silencio. Nadie se atrevía a dirigirles la palabra a los extranjeros ya fuera por miedo a las leyendas o por desconfianza. Parecía que silenciosamente se había tejido un pacto entre todas las localidades que sellaba sus lenguas. El productor perdía la paciencia. La hostilidad era tal que se habían visto forzados a montar su campamento lejos de los núcleos habitados.
Dos días atrás tuvieron la suerte de ser recibidos por un anciano que vivía en un sitio apartado. Claude recordaba con precisión el tétrico aspecto del hombre que por su salud se mantuvo durante la entrevista tendido en la cama, cobijado por gruesas sabanas de cuadros rojos y negros. En el cuarto iluminado por velas opacas y entre la tos y gemidos reconstruyeron poco a poco algunos de los acontecimientos. Se contaban leyendas sobre el valle, desapariciones, historias de muerte. Todo se asociaba a un antiguo culto anterior al primer asentamiento moderno que veneraba a una criatura de aspecto animal. Las leyendas lo describían como un enorme lobo devorador de personas o un oso de gran tamaño.
Con el correr del tiempo sus seguidores fueron eliminados y el culto desapareció. Pero se decía que en algún lugar del valle parte de él había sobrevivido, manteniéndose en secreto y que su poder se expandía por aquellas tierras influyendo sobre las personas que entraban en contacto con ellas. La narración del anciano había sido muy lúgubre pues no solo recurrió a historias familiares sino también a algunos recortes de los distintos periódicos que habían cubierto distintos casos. Su propia hija había desaparecido una noche.
—Algo la llamó en medio de la tormenta de nieve —Dijo el hombre con lágrimas en los ojos.

Trató de seguirla pero pronto las huellas quedaron cubiertas en el infinito blanco. Aunque buscó durante toda la noche no dio con nada, ni una pista siquiera que calmara su espíritu. Su única recompensa fue una afección pulmonar grave que era la responsable de su actual estado.
—Muchas personas desaparecieron después de eso. Una vez un grupo de turistas. La policía los buscó pero nunca los encontraron. Con el tiempo la gente dejo de venir. Se contaban cosas del valle… Pero… Hay algo en ese valle que atrae a las personas. No importan las advertencias, ni los hechos, se internan en él y nadie los vuelve a ver.

Cuando partieron de su casa Claude notó algo más, algo que llamó su atención. Colgada en una estaca al costado de la casa se exhibía la piel negra de un lobo, con los miembros extendidos en x y la cabeza apuntando al suelo. Lo llamativo era que todas las casas de los pueblos que habían visitado mostraban el mismo detalle. Los habitantes que se negaban a hablar mostraban un rasgo en común: tenían miedo. Se veía en sus rostros, en como temblaban sus manos, la forma en que hacían entrar a sus niños en las humildes viviendas.
Toda esa tensión comenzó a afectar al equipo. Las peleas eran constantes, derivaban en agresiones físicas. El mismo Claude sentía un cambio en su persona, dejaba de lado sus modales, ya no se afeitaba, tropezaba con las personas sin disculparse o acusándolos de su propia torpeza. Sin embargo quien más problemas causaba era Jane, se volvía cada vez más histérica, se alteraba con rapidez y se mostraba apresurada por finalizar esa filmación. Casi como si no deseara estar allí. El joven intervenía cada vez que iniciaba una discusión con un miembro del grupo poniéndose de su lado pero todo terminaba con ellos dos peleando en su recámara. No quería pensar mucho en eso, no quería arrepentirse de su decisión. Aquel lugar les estaba haciendo daño.

Texto agregado el 03-05-2013, y leído por 67 visitantes. (0 votos)


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