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Querida Hija:

Tu madre ha muerto. Me di cuenta de cuanto la odiabas porque no volviste a llamarla ni a escribirle; eso me hace creer que soy portador de buenas nuevas para ti. Sin embargo, aun cuando tu desprecio no tuviera límites, supuse que te gustaría saber de su suerte y de lo que ahora ha de depararte el destino.

Clara se sintió muy mal estos últimos tres años que dejaste de hablarle. Ya no recuerdo muy bien los motivos de su discusión; tal vez sea porque los escuché de lejos o simplemente porque he querido olvidarlos, pero si recuerdo muy bien cuando le dijiste “Ojalá murieras, así me libraría de tener que soportarte”. Después de eso te marchaste a “tu” departamento, y Clara quedó desconsolada mencionando cosas acerca de la ingratitud de los hijos, del perdón y la paciencia que debían tener los padres y me aseguraba, que tú vendrías a disculparte muy pronto.

Sabes bien que dependí económicamente de tu madre al igual que tú. Ser escritor fue siempre mi sueño y tu madre me apoyó; su padre era adinerado y ella heredó suculenta fortuna, TÚ lo sabes. Pero no fui un buen escritor y me di cuenta bastante tarde. Traté de trabajar en algo diferente, pero lo único que sabía hacer era escribir… Al menos eso creía. Mucho antes que dejaras de hablarle a tu madre, la depresión había caído sobre mis hombros; no era escritor, ni hombre y tampoco padre. Por ejemplo: Jamás osé contradecir a Clara en sus mandatos, al fin de cuentas era ella la que me proporcionaba atenciones palaciegas, con la única petición de que escribiera para ella sin importar si mis libros se vendían o no.

Cuando tú y tu madre tuvieron aquella discusión, yo me mantuve alejado a petición de ella. Ni siquiera ahí tuve los pantalones de interpretar el papel de hombre y padre. Había caído a lo más bajo. Triste con mi vida, decidí salir a buscar algo de diversión y entré en un casino donde aposté una pequeña cantidad de dinero y recibí a cambio una gran suma. ¿Sabes?... Creí haber encontrado la forma de valerme por mi mismo, de no tener que depender de tu madre y ser, al fin, un hombre. Pero fracasé nuevamente. Seguí asistiendo al casino, pero no volví a ganar; gastaba todo el dinero que me daba tu madre, luego la convencí de que me diera más. A pesar de que tenía múltiples obligaciones, entre ellas el dinero que te enviaba mensualmente y los pagos de las facturas del apartamento en que vives, Clara seguía dándome dinero para apostar. Durante estos tres años, mi ludopatía acabó con la hacienda de tu madre, pero ella, tan dulce como siempre, se valió de su buen nombre he hizo unos préstamos que le concedieron casi a ojo cerrado, y siguió dando dinero a su marido jugador y a una hija que no le hablaba.

Tu ausencia y mi devastadora adicción al juego minaron la salud de tu madre. Al verla en cama, el buen juicio tornó a mí y dejé el juego para cuidarla… Como siempre, era demasiado tarde cuando me di cuenta. Siempre me hablaba de que quería verte y te envió un par de cartas donde te invitaba a venir; siempre sin revelarte su estado de salud y su precaria situación económica. No respondiste. Su tristeza aumentó junto con su fiebre, y entre delirios la escuché decir muchas veces… “Ojalá murieras…”

Sé que de todo esto nada te importa, querida hija, tu madre nos dio demasiado gusto y eso nos perdió a los dos. Pero hay algo que te debe interesar… como te habrás podido percatar, yo no tengo dinero y no podré enviarte la suma que tu madre acostumbraba. También te aviso que tienes tres meses para desocupar ese apartamento “tuyo” que ahora es de los bancos, pues tu madre embargó todo para poder pagar mis deudas. ¡Ah!, y antes de morir, las últimas palabras de Clara fueron para decirme que te amaba.

Te deseo mucha suerte hija querida…

PD: Casi lo olvido, ¡feliz cumpleaños!...

Att: Tu padre.



Querido Padre:

Jamás me diste algo y ahora tus únicos regalos van a ser: una madre muerta y mi ruina. Fui tonta y malcriada, yo lo sé. Amaba a mi madre y tu estupidez y la mía me han hecho perder la oportunidad de resarcirme. Ahora ya no tengo madre, ni apoyo y, cómo tú, soy una buena para nada. Ya no tengo nada… seguir viviendo ahora sería para mí caer después de haber estado arriba. Para evitarme esta vergüenza, he de terminar mi vida de la manera más honrosa posible; no sin antes hacerte responsable también de mi muerte.

Adiós padre querido.



Hija por favor:

No cometas nada estúpido. Tu madre está viva y su salud y fortuna están intactas. Solo quería obligarte a reconocer que la amabas. Ven a verla, ella está muy triste desde que te marchaste. Sé que soy un bueno para nada, no lo niego, pero amo a tu madre y no quiero verla triste por tu causa.

Te esperamos hija…

Texto agregado el 03-05-2013, y leído por 89 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-05-2013 Maravilloso al igual que inesperado final de un magnífico cuento, te felicito. Una abrazo ***** sirio
 
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