Dicen que también por los ojos…

“Si por equivocación me meto en un restauran muy fino, en esos de alfombra carmesí y estrellas brillando en las arañas, con mesas de mantel blanco nieve, bordeados de puntilloso celeste cielo, con sillas de marcos dorados y pana azul francia donde resulta muy cómodo sentarse. De copas en delgado cristal que revientan si se las mira fuerte y cubiertos que descubren su pálidos fulgores de plata lustrada a más no poder, y me sientan por ahí. Y si enseguida tengo que elegir a la carta un vino de imposible pronunciación que solo marco con un dedo, y ya me sugieren para la ingesta la especialidad de la casa como lo más sublime que existe. Y al rato me sorprenden trayendo ese delicado plato, orillado él de primoroso filigrana, donde en el medio hay algo oscuro pero comestible rodeado de una zigzagueante y glamorosa salsilla roja, cruzado como contraste necesario con gráciles hojitas de verde frescura y chispeando lo poco de granitos de exóticas especias oriundas de lugares remotos. Seguro que allí debo entender que degustaré los más exquisitos sabores del mundo entero, y que además saciaré mi consabido apeto.(así llamo a mi hambre ) con esa cosa presentada como un cuadro redondo. Entonces ahí me levanto y me voy. Para qué quedarme, si yo soy de la comida sencilla bien hecha en casa propia. Esa que ya sale con un sabor contundente y en una cantidad contundente. La que me deja siempre con la panza llena y el espíritu contento de la vida. La que embucho por esta boca, mientras mis ojos se quedan mirando qué lindo color que tiene nomás. Y si gustan alguna vez, que lloren. Que lloren y lloren y lloren por la angustia de querer y no poder…