Quise iniciar diciendo que en lapsos
fue el hombre alma generosa en este paraíso,
pero no es cierto;
Desde que a las piedras les nacieron dientes
nos devoramos como bestias pardas
mancillando a los débiles
sin el menor rastro de contrición.

Pero un pequeño reloj clava sus agujas
sin tiempo en los que ya nada expresan
-y no por falta de palabras-
y se ahoga el hálito en la boca comedida
envenenando a la lengua belicosa,
convirtiendo la saliva en sarna;

Aletea -la lengua- angustiosos vocablos sin aire, sin sonido,
gesto que nada representa
para los que tratan de no escuchar.

En este suelo, donde abunda más miseria que plantas,
se germina la memoria histórica
de los que comenzaron como apátridas
y finalizaron en calaveras huecas
blanqueando los huesos
bajo la misma tierra que expoliaron sin piedad.

Y de nuevo comienza la rancia historia de los silentes,
la de la casta de los olvidos
en los tiempos de la deshonra.