Los tipos aparecieron desde las sombras y le apuntaron con un revólver en medio de sus ojos. Era un grupo de muchachos inexpertos, ya que el arma temblaba demasiado en manos del que la portaba. Se adivinaba su indecisión, producto de que el revólver era muy posible que sólo fuese de fogueo. Pero, era mejor no averiguarlo.
Arthur, sorprendido por el asalto más que asustado, recordó las múltiples escenas de películas en que un malandrín apuntaba a un inocente. Él no era Van Dame, ni Swcharzenegger, por lo que intentar una pirueta que despaturrara al agresor era nada más que una quimera. Acaso las palabras, sí, para eso era bueno. Un discurso rápido y efectivo.
Antes que abriera la boca, las manos rapaces habían vaciados sus bolsillos, pasando a expropiarle su billetera, un par de anteojos de marca y su teléfono, el que curiosamente, resonó en medio de tal trance, dejando perplejos a asaltado y asaltantes. En la pantalla apareció el nombre de Rossy, su novia. Nada podía hacer ya, porque un individuo macilento, apagó el aparato y clausuró el posible nexo con ella.
Después, los individuos huyeron con rumbo a sus madrigueras y él se quedó con las palabras aleccionadoras atascadas en su garganta. ¿Qué les habría dicho? ¿Qué era un hombre de trabajo, un ganapán al que este asalto lo dejaba en la inopia? ¿Apelar a su buen corazón y rogarles que por lo menos le entregaran su billetera, un regalo de su amada para el día de su cumpleaños? Era evidente que frente a esa calaña, nada racional podría conseguirse.
Acudió a la primera comisaría que encontró y denunció el hecho.
El teniente comenzó a anotar con esa fría pericia de los escribientes, todos los datos entregados por el hombre:
-¿Edad de los asaltantes?
-Entre dieciocho y veinte años
-¿Alguna cosa que les haya llamado la atención de ellos?
-Que me asaltaran- pensó. –Que fuesen tan jóvenes-dijo.
-¿Cómo vestían?
-¿Cómo iban a vestir? Obviamente, no como cosacos ni ninjas-pensó una vez más.
–Vestían como todos los jóvenes, con buzo, parca y gorro de lana.- respondió.
-¿Los reconocería si los viera?
-Los veo todos los días en la TV- pensó de nuevo. –No lo creo, veo muchachos vestidos así a cada paso –respondió, ya cansado.
Un taxi lo condujo a su departamento. Cuando llegaron, recordó que no tenía ningún centavo en sus bolsillos, pero que sí tenía dinero en su departamento, por lo que le pidió al chofer que lo acompañara al noveno piso para pagarle el importe de la carrera. El tipo accedió y ambos subieron al ascensor que los condujo al piso señalado.
-Esta noche me han asaltado –comentó Arthur y me lo han quitado todo.
-Hay noches y noches. Ya no se puede deambular por las calles cuando el sol se oculta- repuso el taxista.
Cuando llegó a su departamento, el hombre notó que su puerta estaba entreabierta. Ingresó con cautela, temiendo encontrarse a boca de jarro con algún delincuente. Todo estaba en desorden, sus cajones revueltos y algunos muebles volcados en el piso. Evidentemente, le habían limpiado su morada.
Nuestro hombre se desplomó en su deshecha cama y se tomó su cabeza con sus dos manos.
-¡Se han llevado todo! –exclamó con su voz desgarrada.
El taxista sólo atinó a contemplar el triste panorama. Luego, carraspeó y le dijo al desvalijado que no se preocupara, que no le cobraría el importe y que sí quería, podría llevarlo de nuevo a carabineros.
Arthur sonrió con tristeza. No valía la pena. El taxista se encogió de hombros y se fue.
Al poco rato, apareció Rossy, quien al ver tal descalabro, sólo atinó a llevarse las manos a su rostro.
-¿Qué ha sucedido acá, por el amor de Dios?
El desdichado se arrojó a sus brazos y le contó todo lo sucedido.
Al poco rato, Rossy, le pidió al hombre que se lo tomará con mucha calma, sobretodo porque tenía algo que contarle.
-Estoy enamorada de otro hombre.
Fue una bofetada más en el rostro de un hombre ya vapuleado por los imponderables.
-¿Le conozco?- preguntó él vanamente.
-No, pero lo amo con todo mi corazón. Por lo tanto, te libero de todo compromiso. Espero que te recuperes de todos estos golpes.
Arthur la miró con un gesto bobo, y esa expresión no cambió hasta un buen rato después.
Se asomó al balcón y la vio, del brazo de un tipo fornido. Otro ladrón.
Se arrojó a su lecho, desolado. Ya no podía más con su existencia y sólo pidió que esa pastilla y ese trago le condujeran a un sueño profundo, negro y rotundo, como la muerte misma…
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