¡Hola amigos!
Los que ya no nos cocemos al primer hervor (ni al tercero dice mi mujer) recordamos con gusto las series radiofónicas del “Monje Loco”, que iniciaban con una música macabra y luego la voz cavernosa del monje: “Je Je Je… Nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá la terrible historia de…”
No sé qué pasó con mi amigo el “monje loco”, lo más seguro es que esté en el infierno esperándome para juntos elaborar las mas terríficas y escalofriantes narraciones. Esta perspectiva la veo con gusto pues ya Mark Twain decía: “me gusta el cielo por su clima, pero prefiero el infierno por su ambiente social”.
Mientras tanto les contaré la tristísima pero verdadera historia de la bella Ofelia. Con dos aclaraciones pertinentes: primero, no nos estamos fusilando a la Ofelia de Shakespeare, la novia de Hamlet. ¡No señor! Nuestra Ofelia es real. La segunda aclaración es que las malas lenguas insisten en que el narrador, o sea yo, es un consumado mentiroso. Lo cual es una infamia cruel que llevo como cruz al igual que la mayoría de los escritores.
La primavera hace explosión en el pequeño pero radiante, sereno y apacible pueblo del altiplano mexicano cuyo nombre la verdad se me olvidó. Las flores silvestres embellecen el lugar, al igual que la bella Ofelia, hija del caporal del rancho de don Algón, viejo rabo verde, lascivo, pero el más rico terrateniente del lugar, viudo desde hace mucho tiempo.
No había en la zona moza más garrida que la Bella Ofelia, orgullo del caporal, su padre, éste sólo contaba con el tesoro de su única hija, pues la madre y la hermana de la bella Ofelia hacía mucho tiempo que estaban ausentes, nadie sabía la causa.
Desde luego como miel que atrae a las moscas, la bella Ofelia atraía a muchísimos galanes. Destacaba entre ellos, Bucolio, apuesto y gallardo mancebo, valiente a más no poder, bueno para las faenas del rancho: la reata, las manganas y toda la suerte de lances de la charrería no tenían misterio para él. Y qué decir de acariciar la guitarra, con su voz vibrante de barítono, rey de las serenatas, donde gastaba muchas noches. La guitarra, la música y el tequila eran su vida en esos momentos.
Todos en el lugar daban por un hecho que la bella Ofelia y Bucolio unirían sus vidas en sagrado matrimonio. Pero la maldad reina aún en los lugares tranquilos y placenteros. El hombre rico del pueblo, el viejo carcamal de don Algón deseaba con pasión senil a la lozana y gentil doncella. El viejo sátiro se robó a la bella Ofelia haciendo trizas a la gala más preciada de la bella Ofelia: su doncellez. Pero hay que darle crédito al viejo, después de gozar de los encantos de la muchacha, la hizo mujer honrada casándose con ella en la capital del estado. El dinero sirve para todo. Desde luego en el juzgado de lo civil no hubo problema. Un viejo sacerdote amigo de don Algón se puso rejego, pero un generoso donativo para sus obras pías lubricó su voluntad y unió a la pareja en el altar de una pequeña capilla.
Las viejas comadres del pueblo se pusieron muy contentas con la noticia que les llegó de la capital, por días tuvieron de que chismear y las hipótesis de lo sucedido no se dieron a esperar. Qué le pagaron al caporal por su hija. Qué Bucolio buscaría a don Algón para matarlo. Qué el viejo decrepito pronto se moriría de extenuación.
Y no se diga en la cantina del pueblo donde Bucolio se refugiaba, él que de por si le gustaba el trago ahora tenía la excusa perfecta para rendirle honores al dios Baco. Total que pronto la curiosidad que despertó el acontecimiento se acabó y fue otra anécdota más del pueblo que siguió su vida reposada.
El tiempo, que es imperturbable, pasó. Y al año del robo de la bella Ofelia regresó a su hacienda don Algón y su flamante esposa. Vaya expectativa de las buenas gentes, de inmediato la madrina de la bella Otero acudió a ver a su niña. La buena señora se agenció la mala voluntad de las comadres del pueblo, sus amigas, pues mantuvo en secreto la conversación que tuvo con su ahijada. Pero a mí, el diablo me la contó, y yo se las relató a ustedes si me prometen guardar el secreto:
— ¡Hijita querida! ¿Cómo debes haber sufrido? —exclamó una angustiada madrina, un poco sorprendida al ver a una joven rozagante y llena de vida.
— Para nada, madrina — fue la respuesta de la bella Ofelia.
— ¿Cuéntame que pasó, te forzó, te lastimó?
— ¡Ay madrina, como serás anticuada! Cómo crees que el viejo achacoso de mi marido pueda lastimarme. Si ya está más para allá que para acá.
— ¿Pues qué pasó? Todos creímos que estabas enamorada de Bucolio. El pobrecito se la ha pasado borracho desde que te fuiste.
—Es lo que le gusta, desde denantes era bueno pal trago, la cantada y las viejas. De guaje me iba a apalabrar con él, te aseguro que si me voy con el Bucolio al poco tiempo me hubiera metido de puta, como hizo mi papá con mi mamá y la Eustolia, mi hermana.
—No es cierto. Ellas se quisieron ir.
—Sí, porque ya estaban cansadas de darle dinero al güevón de mi papá. Con decirte que ahora que es suegro de don Algón no da golpe y hasta se cree patrón.
— ¿Pero a ti, te obligó don Algón para irte con él?
—No, yo fui la que lo obligue.
— ¿Cómo?
—El viejo sangrón siempre me “echaba ojitos”, pero puras habladas, nada de que me tirara. Hasta que le pregunté: “¿si no era hombre?” Y que le sale el orgullo y fue cuando nos fuimos. Eso sí, no solté prenda hasta que nos casamos. Estaba tan emocionado el pobre viejo que funcionó a medias y desde entonces nada de nada.
— ¿Ha de ser triste para ti?
La bella Ofelia profirió una alegre carcajada y contestó:
—Para eso de disfrutar de los hombres no tengo problemas, como don Algón ya no puede, me consigo chavos jóvenes, y de esos hay muchos en todas partes. Claro que mi marido lo sabe pero se hace el loco.
— ¿Has estado con Bucolio? —preguntó una curiosa madrina.
—No, con él no, porque aparte de borracho es rete-chismoso.
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