El libro lo encontré hace muchos años en el Tianguis del Chopo. Entonces era yo comerciante en el tianguis y vendía discos y casettes, cada sábado, en compañía de algunos amigos. Deambular entre los puestos que ofrecían sus diversas mercancías: videos, collares, revistas, libros, discos de acetato, casettes, cd's, calcomanías, ropa, instrumentos musicales, etc, me permitía acceder a un sin fin de posibilidades. Lo descubrí en el puesto de Abraham, uno de los tianguistas que debo reconocer, tenía un surtido de libros muy bien seleccionado. Le pregunté su costo y no era demasiado económico; pero en ese momento podía permitirme la erogación, así que sin dudar demasiado ni poner excesivos reparos, lo adquirí: "El rey de la máscara de oro y otros cuentos fantásticos", de Marcel Schwob. Creo que hice bien, porque de no haberlo hecho, luego, con seguridad, me hubiera arrepentido de tal decisión.
De entrada, a Schwob, le encantan los lugares y escenarios misteriosos, exóticos, extraños; así que sus cuentos están ambientados en sitios fantásticos, opresivos, irreales, casi mágicos. El desierto calcinante, el mar embravecido, la peste recorriendo y diezmando media humanidad, ciudades portentosas y terribles, le sirven de pretexto ideal para situar a sus personajes en ellos y luego contar con pinceladas maestras lo que les ocurre en sus miserables o deslumbrantes vidas, las pasiones que los acosan y debilitan, los amores frustrados que los humillan y hacen anidar en su alma una sed incontrolable de venganza.
Schwob, sin excederse en las palabras, con dos o tres trazos, nos pinta con precisión en dónde estamos, sea un lujoso palacio o una humilde barcaza perdida en un tremedal. Y deja casi solos a sus personajes para que ellos mismos nos cuenten sus cuitas y nos hagan partícipes de todo aquello que sienten o los atormenta. De esta forma, entonces, asistimos con sus personajes a todo aquello extraño o terrible a lo que se enfrentan; porque en Marcel Schwob no hay complacencia, no hay ni existen tablas salvadoras, situaciones acomodaticias o sensiblerías fáciles. Las cosas, los hechos, son como son, ni más ni menos buenos, ni más ni menos crueles, simplemente son.
El libro inicia con "El rey de la máscara de oro", el cual a mi parecer es un cuento redondo, pleno, de una excelente manufactura, donde el asombro, la ignorancia, el dolor y también la ternura, se dan cita, en perfecta armonía. Sin embargo, a Schwob no le gustan los finales fáciles, ni felices, ni completamente terminados. Por eso, en algunos de ellos, el final está semi acabado, como medio en la penumbra, de donde cada quien puede sacar conclusiones y definir cuál puede ser el verdadero destino de cada personaje. "Las embalsamadoras", me parece otro cuento excepcional, con esa ciudad de extraños domos dispuestos en círculo a mitad del desierto, sin más apariencia de vida que el viento que pasa susurrando entre ellos. O "Los Cambuj", esos hombres vestidos con jubones negros y sombreros rojos, capas de seda y cubiertos los rostros con caretas, ladrones y asesinos, capaces de las peores atrocidades.
¿Qué poder misterioso puede orillar a una doncella virgen, núbil, a suicidarse sin más en cualquier noche cálida y estrellada, sin motivos aparentes o dignos de tal resolución?; porque las doncellas milesias lo hacen, una tras otra comienzan a suicidarse, casi en masa, las plañideras no se dan abasto ni les alcanzan los gritos y las lágrimas, para sufrir por tanta doncella muerta.
En "El gran turbal", los patos silvestres (o "señoritas de Pornichet”) y las pasiones humanas, confluyen perfectamente para desatar una tragedia, dura, descarnada, dolorosa, como todas las tragedias. Y hay más; diecisiete cuentos más para completar veintiuno, en esta recopilación esplendorosa de cuentos de Marcel Schwob.
Mi librito es de 1974, editado en Buenos Aires por Ediciones Librerías Fausto; para decir verdad, un libro delicioso. Bolaño tenía razón: hay que leer a Schwob.
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