Gabriel era un chico ideal, ese que todas las madres desean como maridos de sus hijas. El chico bueno del barrio, modelo de educación y pulcritud. Doña Teresa le tenía por su ángel de la guardia ya que siempre aparecía cuando llegaba de la compra, con el carrito hasta arriba y tenía que subir los tres pisos sin ascensor.
Un día el barrio amaneció alborotado, con coches policías y sirenas por todas partes. Los polis fueron entrando en las casa, husmeando cada estancia.
Todos vieron como Gabriél salía esposado, con la cabeza baja y cubierta por una capucha.
Los vecinos asombrados no entendían nada. Tiene que ser una confusión, se decía doña Teresa, este chico es un ángel.
Poco a poco se fueron enterando de todo. Don Francisco habló con un policía, este le contó que andaban tras la pista del chico desde que un chaval, Salvador de tan solo doce años, consiguió escapar de sus garras pero que otros tuvieron peor suerte.
Más tarde en el telediario vieron unas imágenes escalofriantes. En uno de los dormitorios de la casa de Gabriel se veía una cama y en cada esquina una cabellera rubia y rizada.
En el frontal de la cama se podía leer con letras de sangre:
"Cuatro angelitos tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan."
La periodista le preguntó sobre los hechos :
_No he tenido más remedio, decía, ellas me mandaron.
_ Pero quién te mandaba.
_ Las voces, ellas me obligaron. Dicen que ya quedan pocos ángeles en el cielo.